sábado, 19 de julio de 2014

Por qué Bandera Blanca

Unámonos


De modo que podamos cooperar por el bien (de todos) – Hasta hoy ciertamente cooperamos, pero principalmente en la defensa o en contra de otros 

La solución de los problemas humanos ha de ser conjunta, incluso si alguno no pudiéramos solucionarlo, lo correcto y apropiado es que las decisiones tomen a todos en cuenta.


No soaos capaces de solucionar la pobreza y la miseria del mundo mientras vivimos en el desperdicio, incapaces de compartir y cooperar y, sobre todo, divididos en unas 200 unidades armadas, destinando al armamento nuestro mayor esfuerzo y dedicación en todo tiempo y lugar.


Ese es el problema mayor y básico de la humanidad en su conjunto, pero también de cada uno en particular -aunque no seamos muy conscientes de ello- y, sin embargo, las propuestas de los partidos políticos están limitados por principio al estado (al control de la violencia "legítima"), con lo que perpetuamos esta situación manteniendo siempre sin opciones la posibilidad del sentido común.


Es el momento de pensar de otro modo, de un modo humano.



La ONU no es suficiente

Los humanos tenemos que encarar la realidad sobre nuestra existencia y dejar de engañarnos a nosotros mismos.

Es un error seguir intentando vivir “dejando a los otros en paz”, cada uno por su lado, y reunirse en la ONU para solo expresar allí el interés particular.

Tenemos que vivir juntos, trabajar juntos para el beneficio común, de otro modo resulta en lo que somos: competidores a muerte.

Pensamos "idealmente" que solo si alguien hace algo malo, entonces debe ser condenado, pero no sucede así realmente, también si alguien planea algo malo, debe ser "condenado".

Es como si alguien, en efecto, sin dañar o herir a otro de hecho, le apunta con una pistola y le obliga a algo. También está abusando de él.

¿Acaso no es así? ¿Por qué en lugar de utilizar ingentes recursos para amenazar más y más o destruir más y más no los utilizamos para construir la paz? Te lo diré: Porque nuestra base es nuestro estado –nuestra unidad armada- como un absoluto de nuestro marco de pensamiento.

La cuestión aquí y ahora no trata de "condenar" o "castigar" a nadie sino de encarar esa realidad juntos para actuar juntos para resolverla en lugar de cerrar los ojos a lo evidente y continuar instalados en la violencia.

Propiamente las armas no son para las guerras, más bien las guerras son consecuencia de la violencia o efecto virtual del arma y si la guerra es tan cruel y parece, por tanto, tan irracional no lo es realmente, simplemente se anticipa que la paz resultará en unos con armas y otros desarmados, esto es, a merced del vencedor. En el caso de guerra civil el desarmado quedará en la parte más baja del sistema piramidal del estado. 

                                                                        La ideología y el estado

Son los estados y su control de todos los aspectos de nuestra vida, economía, lengua, información, creencias, los que nos manipulan al efecto de ser más eficientes a sus fines frente a los otros estados que actúan de la misma manera, lo que, lógicamente, nos ofusca el juicio que vive y se nutre en sociedad.

Pero algunas personas han sido capaces de serenarse y atenerse a la realidad, y aquí recogemos parte de sus trabajos, encontrados con cierta dificultad.

A Mozi, por ejemplo, promotor de la política del amor universal, el estado chino lo ha perseguido y ocultado implacablemente dos milenios. Mozi pudo "publicar" en el marco de los Reinos Combatientes, pero una vez que China se unificó, fue "oficialmente" perseguido y eliminado y, pese a haber sido la doctrina más influyente de aquella extraña y única época de China donde hubo escuelas que contendieron abiertamente, solo algunos de sus textos han podido solo ser preservados ocultos entre textos taoistas.

A Cervantes, no se le ha entendido -España desde el siglo XVII entró en el ámbito idealista europeo y perdió conciencia de su pensamiento crítico anterior, tanto como para que el personaje loco de la novela de Cervantes fuera rescatado por los románticos alemanes como héroe y exportado a España como tal. A Cervantes se le tergiversa desde la ignorancia o sin escrúpulo.

De Kant sabemos que fue amonestado por las autoridades prusianas y obligado a retractarse -le había abierto los ojos Rousseau sobre la política- pero su Tratado de Paz rezuma ironía y sarcasmo y se contradice para solo ser brillante en la parte que refiere al juicio humano...y deja de referirse a los estados y a sus políticos.

Y cuantas otras personas hay, como muestra la sabiduría de los refranes, que o no tienen voz o no se les ha sacado del olvido, por mucho genio que tuvieran, por no ser servidores o de uso de su respectivo estado, a lo que nos referimos con el caso de Sócrates, en el texto adjunto. 

Por todo esto, levantamos la bandera blanca porque queremos que se entienda que la violencia no solo necesita ser detenida cuando se abre fuego, sino que también es preciso detener esta violencia de abuso mutuo que emerge de la simple existencia y presencia del arma, que en el ámbito intelectual Cervantes dice nos lleva a "confesar" y a nuestra lógica dedicación a producir siempre mayores medios para el homicidio.

Sin los estados, o violencia organizada, esas extrañas y fantasmagóricas "confesiones" se desvanecerán como el humo, pues su uso real es agrupar para la violencia. 

Dejemos entrar en nuestra mente la opción de la humanidad, de la unidad humana.

El mundo real

La violencia se manifiesta de dos maneras principales: como guerra y tensión entre los estados y como desigualdad en el interior de los estados como explotación del hombre por el hombre.

A la primera cuestión, sigue: dado que los estados o unidades armadas son unos por o contra otros, unidos no tienen sentido y el desarme no solo será posible sino apropiado y conveniente.

Y a la desigualdad sigue: La desigualdad es de hecho la ineludible jerarquía piramidal necesaria -que unos se vean forzados a obedecer a otros- para lograr unidad y eficacia frente a los otros estados que se organizan de la misma manera, pero, igualmente, si nos unimos, la igualdad humana no será simplemente posible sino apropiada y conveniente.

(Los partidos políticos de izquierda buscan lograr igualdad en el estado -y, en efecto, es preciso estar de parte del que lo necesita, pero su planteamiento resulta ideológico, pues choca con la realidad, que obviamente es mundial, humana y no estatal -ahí tenemos el caso de la URSS y China- que tuvieron que renunciar -incluso explícitamente a su propósito de igualdad (pues su marco es el estado).

El "bien" no es viable "unilateralmente". El desarme no se logra parcialmente, si alguien lo hiciera, simplemente sería incorporado a otra unidad armada, o los suyos se verían en necesidad de redoblar sus fuerzas y de acabar con el "desertor", de modo que ni la propuesta de desarme ni la bandera blanca tienen un sentido de entrega o rendición, pues estas no resultarían en su propósito. 


Por el contrario, levantar la bandera blanca al objeto de llevar a cabo el desarme global es el modo apropiado de conducirse.


El arma y la bandera blanca

Buscamos y proponemos la unión humana mediante el desarme como fundamento y criterio de comunidad.

Hasta ahora, la simple existencia del arma –existente en la naturaleza antes de los seres humanos y su conciencia- genera una amenaza, porque las armas no solo actúan cuando matan y destruyen sino que nos condicionan permanentemente desde su potencia, virtualmente.

Y no solo cuando alguien nos apunta con arma nos condiciona, sino que ineludiblemente tomamos en cuenta la existencia del arma para todo lo que hacemos, incluso si lo hacemos inconscientemente.

Comprendemos que una mesa patas arriba está mal puesta, pero, no porque lo pensemos conscientemente, sino porque nos la incorporamos, la "sentimos", como si la usáramos. Y así es también como tenemos en cuenta el arma, incorporándonosla, sintiéndola y no pensándola, pero en el caso del arma de dos maneras: empuñándola y encarándola, de modo que nos hace dementes, irreconciliables, perdemos la capacidad de objetividad que nos aporta el ponernos en lugar del otro.

Este es el puro origen de la  enemistad humana: Todo lo que hacemos tiene por objetivo final "armarnos" y "desarmar" al otro, tal como define Clausewitz la guerra. Y todo lo que hablamos igual, de modo que, ¿cómo podremos entendernos si no nos atenernos primero a esa referencia común?

El estado es como el arma que empuñamos, nuestra unidad armada, el arma incorporada, con carácter ineludiblemente piramidal. Por eso la solidaridad internacional de los explotados, o cualquiera que sea, es secundaria a la estatal. Y nuestra inteligencia se subordina de inmediato a nuestro estado. Pero la realidad es humana...Y es la realidad la que tenemos que tratar.

Por eso levantamos la bandera blanca, para requerir el alto el fuego allí donde ese ahora se produce, pero también para hacer consciente el efecto amenazante, virtual, del arma que nos impide la comunicación, para que bajo su referencia se nos permita la convivencia, la comunidad, esto es decir, el propósito común de desarme.

Sócrates - El curioso impertinente

La condena de Sócrates

1.

“«Sócrates es un impío; por una curiosidad criminal quiere penetrar lo que pasa en los cielos y en la tierra, convierte en buena una mala causa, y enseña a los demás sus doctrinas”[1]

Estamos citando a Platón en la “Apología” de Sócrates[2]. Y Sócrates continúa:

“Alguno de vosotros me dirá quizás: -pero Sócrates, ¿qué es lo que haces? ¿De dónde nacen estas calumnias que se han propalado contra ti? Porque si te has limitado a hacer lo mismo que hacen los demás ciudadanos (posiblemente refiere a los sofistas que enseñaban a los jóvenes retórica y artes dialécticas al objeto de prepararles para la actividad política a la que les invitaba el sistema democrático griego), jamás debieron esparcirse tales rumores. Dinos, pues, el hecho de verdad, para que no formemos un juicio temerario. Esta objeción me parece justa. Voy a explicaros lo que tanto me ha desacreditado y ha hecho mi nombre tan famoso. Escuchadme, pues. Quizá algunos de entre vosotros creerán que yo no hablo seriamente, pero estad persuadidos de que no os diré más que la verdad, La reputación que yo haya podido adquirir, no tiene otro origen que una cierta sabiduría que existe en mí. ¿Cuál es esta sabiduría? Quizá es una sabiduría puramente humana, y corro el riesgo de no ser en otro concepto sabio, al paso que los hombres de que acabo de hablaros son sabios de una sabiduría mucho más que humana. Nada tengo que deciros de esta última sabiduría, porque no la conozco, y todos los que me la imputan, mienten, y sólo intentan calumniarme.[3]

Relata entonces Sócrates como fue a buscar uno a uno a hombres sabios y concluye tras su trato:
Luego que de él me separé, razonaba conmigo mismo, y me decía: -Yo soy más sabio que este hombre Puede muy bien suceder, que ni él ni yo sepamos nada de lo que es bello y de lo que es bueno; pero hay esta diferencia, que él cree saberlo aunque no sepa nada, y yo, no sabiendo nada, creo no saber. Me parece, pues, que en esto yo, aunque poco más, era más sabio, porque no creía saber lo que no sabía[4].

Sócrates está refiriendo en estos primeros párrafos citados a la llamada “acusación antigua” que se viene vertiendo ya hace tiempo sobre él, la acusación oficial, escrita y jurada ante el tribunal para su juicio, reza textualmente:

Sócrates es culpable, porque corrompe a los jóvenes, porque no cree en los dioses del Estado, y porque en lugar de éstos pone divinidades nuevas bajo el nombre de demonios.[5]

Sócrates reduce al absurdo estos argumentos y luego manifiesta que la pena que pesa sobre él no le preocupa y no tiene intención de cambiar en nada su criterio ni su conducta. Finalmente es declarado culpable y el mismo decide beber la cicuta, un veneno que le quita la vida.

2.
¿Qué violencia o violación de la ley había cometido Sócrates como para ser condenado? Es conocido que Sócrates llevaba los argumentos de sus interlocutores a la aporía, o “callejón sin salida”, demostrándoles lo infundado de sus juicios afectando así a las creencias y supuestos teóricos de la polis.
Ciertamente, que Sócrates los cuestionase estaba o hubiera estado bien justificado por la situación que atravesaba la Hélade, el conjunto de las polis griegas, la civilización, tal como se consideraban los griegos frente a los demás pueblos bárbaros –literalmente los que hablan ba, ba, ba- pero la realidad es que, pese a su comunidad de cultura y lengua, estaban inmersos en una intensa e inacabable guerra civil. Aún pudieron tener su gracia, o mejor, ocultar la miseria de la guerra, sus cantos de victoria sobre los extranjeros, ya  troyanos, ya persas, pero enseguida entraron después en la guerra de treinta años del  Peloponeso hasta la derrota y esclavitud de Atenas y aún, cuando Sócrates habla, la guerra seguía permanente e inacabable entre nuevas coaliciones de polis por otros nuevos y diversos motivos.
Los griegos marcaban los límites de sus territorios con santuarios a sus dioses a defender a muerte y entendían que eran los dioses con sus disputas los que arrastraban a los hombres a la tragedia de la guerra. La polis, el estado, sin embargo, necesita persistir en sus dioses y en sus conceptos hasta el punto de imponerlos...sin permitir el escepticismo. En la guerra no hay tiempo para la reflexión, ni siquiera para la duda, todo se ha de sacrificar a lo que esta incesantemente requiere.
Tampoco Sócrates podía ir mucho más lejos, específicamente hacia la universalidad de Regla de Oro y la de Plata, “trata al otro como quisieras que te trataran a ti y no hagas a otro los que no quisieras te hicieran a ti”, inmerso en una sociedad, la fundadora de nuestra cultura, asentada sobre la esclavitud.

3.
Las citas de arriba están tomadas de la Apología que Platón escribe de Sócrates, pero hay otras versiones del suceso, así la del historiador Jenofonte, para quien Sócrates justifica su actividad pública como, precisamente, ejercicio de su obediencia a una divinidad.
Y de una tal disposición escéptica e ignorante de un hombre, que “solo sabía que no sabía nada”, su discípulo Platón nos proveerá conocimiento de todo con su doctrina de las ideas, precisamente por la boca de aquel.

4.
La inmortalidad o, mejor, el sino de algunos muertos, es servir a los vivos que les utilizan a su discreción, cuando no les traicionan abiertamente como nos sugiere el caso de Platón. Todo discurso es hijo tanto del emisor como de su audiencia o de la audiencia que este se figura. Por este motivo las palabras de uno en una determinada circunstancia ya no valen en boca de otro.
Y no solo un ideal nos puede servir para la justificación de acciones que no la tienen por sí mismas, también sirve a ese propósito esa apropiación de las palabras y supuestas intenciones de los muertos, tanto como para constituirse en una de las grandes fuentes de discurso de la cultura y del estado. No quiero ahora poner más ejemplo que el de Tchaikovski.
De mí se decir que ya hace tiempo decidí que mis palabras se borren, pues, si permanecieran, no les quedaría otro destino que ser traicionadas. Quién sabe, cuándo escribí esto o lo otro, en quién pensaba y a qué me refería. Yo mismo lo olvido o redefino siempre más sutilmente mi pensamiento anterior, me corrijo, pues advierto aspectos en los que no reparé en el pasado o, puede también pasar, lo contrario. Pero afortunadamente hace ya tiempo que encontré como eliminar la ambigüedad de mis referencias o recuerdos identificándome solo con la Bandera Blanca, esa es la única que tengo y quiero.
Y es esa conciencia también de lo efímero la que me impide renunciar a esta ocasión y me impulsa a presentar y prestar este servicio.




[1] Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 1, Madrid 1871, pág. 52
[2]Aunque su datación exacta es incierta, pertenece a las primeras obras llamadas «socráticas», que Platón escribió en su juventud, e incluso se piensa que es su primera obra
[3] O. c. pág. 53-54
[4] O. c. pág. 55
[5] O. c. pág. 59

domingo, 13 de julio de 2014

Comentario al proyecto de paz de Kant - Su discreta propuesta de unidad humana

COMENTARIO AL PROYECTO DE PAZ DE KANT
Me parece oportuno homenaje a Kant ocuparnos de su proyecto de Paz Perpetua, válganos su buena voluntad aunque no se realice, pues, como bien comienza Rousseau su tratado sobre este mismo proyecto del abad de Saint Pierre:
“El proyecto de la paz perpetua es por su objeto el más digno de ocupar a un hombre de bien[1].[i]

Y cómo precisamente el punto de partida del trabajo de Kant es tanto el proyecto del abad así como el comentario sobre éste de Rousseau, comenzamos por revisarlo.
El estado de cosas lo presenta así Rousseau:
Convengamos entonces que el estado relativo de las potencias es propiamente un estado de guerra, y que todos los tratados parciales entre cualesquiera de estas potencias son más treguas que paz verdadera; sea porque los tratados no tienen otra garantía que el de las partes contratantes, sea porque los derechos de las otras no son nunca resueltos radicalmente, y que estos derechos  pasajeros, donde las pretensiones que tienen lugar entre las potencias que no se reconocen ningún derecho superior, serán infaliblemente fuentes de nuevas guerras una vez que otras circunstancias habrán dado nuevas fuerzas a los pretendientes.[2] [ii]

La solución, según el abad de Saint Pierre, sería una confederación de estados que se firmaría bajo los siguientes artículos resumidos por Rousseau:
1. Los soberanos establecen una alianza perpetua e irrevocable y nombrarán plenipotenciarios que en congreso permanente regularán y decidirán por vía de arbitraje todas las diferencias entre las partes 2. Se especificará el número de soberanos, el orden, tiempo y manera en que la presidencia pasará de unos a otros por intervalos iguales y la cuota relativa de las contribuciones y el modo de recaudarla para sufragar gastos. 3. La confederación garantizará a cada uno de sus miembros lo que posee actualmente. 4. Se especificarán los casos en que todo aliado infractor será expulsado, a saber, si rehúye ejecutar los dictámenes de la alianza 5. Los plenipotenciarios tendrán capacidad de decidir en el congreso por mayoría simple y tres cuartas siguiendo las instrucciones de sus Cortes los reglamentos que juzguen importantes, pero no podrá cambiarse nada de los cinco artículos fundamentales.[3] [iii]

A continuación Rousseau enumera las ventajas y los inconvenientes que plantea semejante tratado y concluye en que, sin duda alguna, las ventajas son inmensamente mayores que los nimios y momentáneos inconvenientes que pudiera provocar, relativos sobre todo a esperanzas de algunos estados de aumentar su actual dominio o de otros de recuperar alguna parte perdida del suyo en un conflicto anterior. Los mismos príncipes son los que más aseguran realmente su posición y dinastía, por lo que Rousseau concluye su exposición del proyecto de Saint Pierre con las siguientes palabras:
Si, pese a todo, este proyecto no llega a ser ejecutado, ello no se debe a que sea quimérico, sino a que los hombres son insensatos y que es una especie de demencia ser sabio en medio de locos.[4] [iv]

Y aquí da comienzo Rousseau a las razones por las que, pese a la indiscutible bondad de la propuesta del abad, ésta no se lleva a la práctica y lo atribuye a la diferencia entre
“(….) el interés real y el aparente; el primero se encontraría en la paz perpetua, mientras que el segundo en la independencia total. Los reyes, o quienes ocupan sus funciones, solo se ocupan de dos objetivos: extender su dominio hacia el exterior y hacerlo más absoluto en el interior. Toda otra meta, se orienta a una de aquellas dos, o únicamente la sirve de pretexto”[5]. [v]

Rousseau adjudica a esa “independencia total” o soberanía un carácter activo y afirma que el hombre no se guía por la razón sino por las pasiones, siendo el deseo de los poderosos de mantener sus privilegios lo que les lleva a rechazar la propuesta de acuerdo de paz: 
“¿Cómo podría el soberano soportar sin indignación la sola idea de verse forzado a ser justo no solo con los extranjeros sino con sus propios súbditos?…..Es fácil entender que la guerra, por un lado, y el despotismo, por otro, se potencian mutuamente…En definitiva, puede darse por sentado que los príncipes conquistadores al menos hacen tanto la guerra a sus súbditos como a sus enemigos…. En cuanto a los contenciosos, ¿puede esperarse que se vayan a someter a un tribunal superior aquellos que se vanaglorian de que su poder es fruto de la espada?…[vi]

Kant conocía bien la obra y la vida de Rousseau así cómo, en cualquier caso a través de este, el fracaso y sinsabores del abad y no son por tanto extrañas las escépticas y descorazonadas palabras que introducen su escrito señalando que el título de su tratado, Hacia Paz Perpetua (Zum ewigen Frieden), figuraba en un rótulo sobre la puerta de un cementerio.
Dado que Rousseau atribuye al deseo de los poderosos de mantener su poder que no se establezca la paz, Kant pretenderá superar ese obstáculo poniendo el énfasis de su propia propuesta en una federación de estados con gobiernos republicanos, por eso las Tres Bases Definitivas para el establecimiento de la Paz Perpetua son:
1ª “La constitución civil en cada estado debe ser republicanaopuesta a despótica, es decir, en la que todos son iguales ante la ley” 2ª. “El derecho de gentes se debe basar en una Federación de Estados Independientes..., para asegurar y conservar la libertad del estado en si mismo….es decir, independiente de toda ley exterior (esto es decir, soberano)”. 3ª. “El derecho de la ciudadanía mundial debe limitarse a las condiciones de hospitalidad universal…esto es,…..derecho de un extranjero a no recibir tratamiento hostil”[6] [vii]

Pero Kant, antes de exponer los términos del Tratado o Bases Definitivas establece las siguientes Bases Previas para la paz perpetua entre los estados.
1ª “No debe considerarse válido un tratado de paz al que se haya arribado con reservas mentales sobre algunos objetivos capaces de causar la guerra en el futuro” 2ª. “Ningún estado independiente, sea cual sea su tamaño, puede pasar a formar parte de otro Estado por medio de trueque, compra, donación o herencia” 3ª. “Los ejércitos permanentes deben desaparecer permanentemente” 4ª. “El estado no debe contraer deudas que tiendan a mantener su política exterior” 5ª. “Ningún estado debe inmiscuirse por la fuerza en la constitución y el gobierno de otro estado. 6ª. Un estado que esté en guerra con otro no debe admitir el uso de hostilidades que impidan la confianza mutua en una futura paz. Por ejemplo: uso dentro del estado enemigo de asesinos, envenenadores, quebrantamiento de las capitulaciones, instigación a la traición, etc.[7] [viii]

Encontramos claro que las Bases Previas son un obstáculo insalvable para las Bases Definitivas, algo especialmente patente en nuestros días en los que es impensable una potencia sin ejército permanente y sin investigación, desarrollo e industria militar, de la misma manera que ningún tratado entre estados es, ni ha sido, ni será válido jamás, y la prueba es que ninguno ha llevado al desarme voluntario y, por tanto, no ha sido más que un armisticio ni puede ser otra cosa.
Los ejércitos permanentes no pueden desaparecer, pues estos están siempre actuando; sometiendo o disuadiendo, antes y después de la guerra, tal como se advierte en las reflexiones de, precisamente, un discípulo de Kant, Clausewitz, al afirmar que el objetivo de toda guerra es siempre desarmar al enemigo, por tanto se entiende que así le tendrá a merced y en condiciones de que cumpla lo que también tras su derrota le hará acordar o prometer.
Ese estado de permanente tensión entre estados da lugar a las incesantes, aunque cambiantes, coaliciones entre ellos para sumar potencia y nos explica el hecho de que todo estado se organice permanentemente y no solo en tiempo de guerra como una estructura de mando a partir de una sola cabeza, incluso en el sistema republicano del que habla Kant –sistema en el que, en efecto, el pueblo elige a su mando, pero el mando en sí, la subordinación de unos a otros, no se cuestiona. Esto ya lo había percibido Rousseau, tanto al afirmar que el estado de guerra y el despotismo se retroalimentan así cómo, en otra ocasión más explícitamente[8][ix] cuando argumenta que la primera sociedad de desiguales, esto es jerárquica o piramidal, forzó a las otras a organizarse de la misma manera so pena de ser absorbidas por la primera –lógicamente en la parte más baja de la pirámide- dado que esta es la forma eficaz de organización para la guerra.
Me permito añadir que con este concepto de organización piramidal se inicia el famoso Arte de la Guerra de Sunzi.
A diferencia de Rousseau que considera al hombre bueno por naturaleza, Kant establece una analogía entre el ser humano y el estado y establece que de la misma manera que el hombre, según supone, fue sometido al imperio de la ley desde su anárquica y belicosa condición natural así espera que suceda con los estados. A este aspecto dedica Kant las líneas introductorias a las Bases Definitivas señalando que
“La paz no es un estado natural en el que los hombres viven unidos. El estado natural es más bien el de la guerra, uno en el que, si bien las hostilidades no se han declarado, existe un riesgo constante de que estallen”….“la autoridad suprema, al tener poder sobre los demás, brinda el recurso útil de tales seguridades”.[9] [x]

Ahora bien, en ese caso, como ya hemos visto que señalaba Rousseau, en un Federación de Estados Independientes, ¿dónde estaría esa autoridad suprema?
Consecuentemente, Kant no piensa que su tratado pueda hacerse efectivo en función de que los hombres se propongan realizarlo sino que añade
si la suerte permite que un pueblo fuerte e ilustrado se constituye en una república y se inclina hacia la paz perpetua podría ser el centro de la unión federativa...[10] [xi]

Y de la suerte pasa a la Providencia, más conocida hoy día como Historia[11], la cual, así como llevó al hombre aún contra su voluntad a entrar en estado de derecho, conducirá hasta él también a los estados, asegura Kant.
Los ejemplos que aporta Kant para establecer un progreso histórico humano son muy cuestionables, mientras que, por el contrario, independientemente del momento histórico, según pasan o mueren los individuos vemos que otros ocupan sus cargos o trajes como en el teatro y los representan y, pese a la igualdad formal de algunos sistemas modernos o antiguos, la forma estatal o piramidal como forma de organización humana básicamente representado en las figuras del ajedrez es inalterable, bien sobre la base de privilegios arrogados o estatuidos o por la simple desigual distribución y responsabilidad sobre los recursos tanto humanos como materiales. Sin esa estructura piramidal que mantiene en la precariedad a la mayor parte de la población, que la pone a merced de sus superiores, nadie obedecería, lo mismo en el trabajo que en el ejército. La república que propone Kant solo puede ofrecer igualdad formal, pero no real, tal como señalaron sus críticos, los marxistas. Y, del mismo modo, la igualdad real que ha intentado el comunismo, ya de la Unión Soviética o de China, se mostró inviable –les llevaba a la ruina en el marco de la competencia internacional- y han tenido ambos que retornar a la desigualdad, incluso asumirla explícitamente; con un “hacerse rico es glorioso” inauguraba Deng Xiaoping su Reforma.
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Sin embargo, y esta es mi tesis, posiblemente Kant era un tanto consciente de las inconsistencias y de la impotencia de su propuesta y si ya era chocante la ironía de Kant sobre la Paz Perpetua en la puerta de un cementerio, así como la insalvable dificultad que representan sus Bases Previas para que puedan darse la Bases Definitivas, pues realmente el sentido común sabe que éstas condiciones jamás se darán, ya que la máxima producción humana en todo tiempo y lugar incluido el futuro –tal como lo proyecta cualquier obra de ficción- es el armamento, así como que los avances técnicos para uso civil son siempre derivados o residuos del uso primero y primordial militar, por ejemplo, el teléfono, el coche, el avión, internet, etc., De la misma manera nos resulta ahora extraña la publicación que hace Kant de un artículo “secreto”. Ruega Kant en él que las autoridades presten atención a los filósofos, “incapaces de aceptar banderías” dice, aunque sea en secreto, para no dañar su propia reputación como autoridades, con lo que nos indica y recuerda implícitamente que, aunque la razón esté igualmente repartida entre los individuos del mundo, quien tiene la fuerza tiene, por consiguiente, la razón.
Este es, sin duda, un punto de inflexión en el texto de Kant, precisamente en el que pasa de hablar para los políticos –diciéndoles lo que les puede decir- para, finalmente, utilizar la razón según su propósito. En efecto, el sujeto de la razón es la humanidad y la paz no puede venir de la política, de las autoridades, de los políticos, que son los que se plantean cómo organizar la sociedad, porque su referencia última es su estado y su tarea servirle.
Así que, tras este artículo secreto, pero publicado, Kant continúa su ensayo con dos anexos, que son los realmente tratan de la paz, precisamente porque toman distancia del estado. El primero trata sobre el desacuerdo entre la moral y la política y es preámbulo del que cierra y completa el tratado, titulado “De la armonía entre política y moral de acuerdo con el concepto trascendental de derecho público”. Comienza Kant señalando que si eliminamos toda “materia” del derecho, solo nos quedará la “forma” de la “publicidad”.
“La publicidad está implícita en toda pretensión de derecho, independientemente de su contenido..…toda pretensión de derecho tiene que estar basada en la capacidad de publicar”.[12] [xii]

Dicho esto, Kant establece
“…lo que podría denominarse ‘fórmula transcendental del derecho público’”... “Las acciones relativas al derecho de otros hombres son injustas, si su máxima no acepta publicidad”, algo que se advierte claramente porque su publicidad “causaría la oposición a su objeto”. “El principio citado es, por otra parte, simplemente negativo”..“pues solo sirve para conocer lo que es injusto respecto a los demás”[13] [xiii]

“porque no puede decirse que las máximas compatibles con la publicidad sean todas justas, ya que, quien cuenta con la supremacía no necesita esconder sus máximas”. [14][xiv]

En efecto, Kant señala con gran profusión de ejemplos y detalles que “al estado no le preocupa la publicidad sino el fracaso de sus estratagemas”, pues su tarea, por todos asumida, es su propio engrandecimiento al medio que fuere, según las palabras ya mencionadas de Rousseau.
Y aquí abre Kant una interesante nota en la que matiza la analogía que había establecido entre el hombre y estado:
“Podría ponerse en duda la existencia de una maldad radical, congénita, en la naturaleza de los seres que viven en un estado; podría decirse con algo de veracidad que la razón de que los hombres a veces vayan contra la ley está en la carencia de cultura suficiente (su primitivismo). Pero en las relaciones externas entre estados se presenta bien clara e incontestable esa maldad fundamental.[15] [xv]

Esto es, básicamente un estado puede decir bien alto, yo hago el mal, manufacturo objetos para matar, entreno gente permanentemente para matar y de hecho estoy  actualmente privando de libertad, de medios para vivir y desarrollarse, a aquellos que quedan bajo la influencia de esas armas y de ese ejército, tanto dentro de las fronteras como más allá, pues ese estado no solo se justifica en su relación con otros estados que operan de la misma manera, tal como decía Rousseau, sino que su supervivencia, esto es, su misma existencia depende de ello o es eso.
Kant, sin embargo, se “atreve” a proponer un
“principio trascendental del derecho público: Todas las máximas que necesitan la publicidad para lograr su finalidad están de acuerdo al mismo tiempo con el derecho y la política juntos”…Porque si es solo a través de la publicidad que son capaces de conseguir la finalidad que los mueve, es porque están de acuerdo con el fin general del público: la felicidad.”….”solo con la publicidad de las máximas se elimina la desconfianza”. “Dejaremos para otro momento el desarrollo de este principio”.[16] [xvi]

Así concluye La Paz Perpetua de Kant.
De modo que es en este punto en el que le tomamos la palabra para hacer de aquella esta oportunidad y desarrollar ese principio mencionado. Todos podemos, tal como pretende Kant, expresar para que sirve o que se pretende con cada cosa, cada objeto, cada acción, cada iniciativa, cada cooperación con otros, tal como un vaso es para beber, un coche para llegar antes, una silla para sentarse, etc. pues todos tenemos sentido común para las cosas prácticas, del mismo modo que tenemos la capacidad de ponernos en lugar de los otros-, así pues estamos en condiciones de, por medio de la publicidad, tal como dice Kant, alcanzar la paz y la comunidad.
Pero no todas las cosas tienen por objeto servirnos o beneficiarnos, existe algo, una única cosa, el arma, que tiene por objeto dañarnos, matarnos, es la mala intención objetivada, y, sin embargo, como ya he mencionado antes, es la producción suprema del hombre en todo tiempo y lugar.
Pero el efecto del arma no es solo ni principalmente, como se le atribuye, destruir o matar, sino que nos afecta virtualmente en tanto anticipamos su efecto, privándonos de libertad. Ya vimos como Clausewitz, señalaba que el objeto de la guerra es desarmar al enemigo, pues quien queda armado, o con más armas o con armas más poderosas tiene a merced a los otros. El Quijote, un libro que no se ha entendido, trata básicamente de eso. Cervantes lo expresa en el discurso de las Armas y las Letras señalando “que es lo mesmo las armas que la guerra”.
Sin embargo, sucede que toda construcción ideológica tiene por objeto ocultarlas, por eso no las percibimos como el resto de las cosas, que son para beneficiarnos y, por tanto, pueden ser expresadas públicamente con toda claridad. Así Sunzi lo que expone con su tratado, con mucha más profundidad de la que se le supone también, es que el Arte de la Guerra es el Arte del Engaño.
Un engaño –o inhumanidad- que tiene raíces muy profundas como mostraré ahora. Si viésemos una mesa patas arriba diríamos de inmediato –sin pensar o poner conciencia en ello-, que está mal puesta, pero para alguien que desconozca su uso, imaginemos un miembro de una tribu perdida en el Amazonas que nunca ha visto una mesa, no podría afirmarlo ni negarlo. Nosotros no hemos pensado en el uso de la mesa para apoyar los codos y objetos, sino que esa percepción la hemos tenido incorporándonosla virtualmente a nuestro cuerpo y eso, en cierto modo desde la inconsciencia, nos ha servido en todo caso para juzgar (que está mal puesta). Igualmente nos sucede con el arma, a la que el ser humano encontró ya dada en la naturaleza, que en ese primer nivel no la piensa sino que la incorpora[17], pero a diferencia del resto de los objetos esa incorporación virtual anticipadora se hace de dos modos opuestos: la empuñamos o la encaramos, con lo que, también sin mayor pensamiento o conciencia alguna, nos decantamos por empuñarla y, siendo el arma lo más determinante, resulta que ineludiblemente todo lo que hacemos, decimos, planeamos, etc. tiene por objeto último la guerra tal como la hemos visto definida por Clausewitz: armarnos y desarmar al enemigo (no es que seamos egoístas –todo el mundo puede educarse y adaptarse a la sociedad, como mencionaba Kant, somos básicamente libres), pero el arma sin embargo, no se puede eludir, pues está ahí presente, real, (por más que intentemos engañarnos unos a otros con ideologías) y esa arma que empuñamos se nos representa como nuestro estado, la unidad armada o arma incorporada, cualquiera que este sea o por mucho que modifique sus fronteras que son el alcance de la unidad armada.
Así que, hoy, ahora, aquí proponemos frente a la guerra o engaño, la paz, esto es, la verdad, de modo que la máxima de nuestra acción fundamental del principio trascendental afirmativo del derecho público que proponía Kant quedaría así:
Obra de tal modo que tu acción conduzca al desarme.  
Ésta es la máxima que pide Kant, la que debe darse publicidad universal, pues, en efecto, no sirve la imposición, solo se puede lograr al desarme proponiéndoselo primero a todos los hombres para someter la propuesta a su razón, juicio, aprobación y, finalmente, ejecución conjunta, acordada y recíproca.
De otro modo, si procediésemos con el desarme unilateralmente, simplemente otros abusarían de nosotros y pasaríamos a ser parte de otro ejército, con lo que no conseguiríamos nuestro propósito o, en todo caso, perjudicaríamos objetivamente a los nuestros, pues les obligaríamos a redoblar sus esfuerzos para armarse más o en ejercer mayor represión sobre nosotros. No conseguiríamos nuestro objetivo sino el contrario. Esto es decir que, efectivamente, el desarme no solo tiene su objeto en sí mismo sino en la razón humana, a la que se le ofrece un criterio, un objeto sobre el cual pueda ésta operar para mediar entre los seres humanos para llevarles a la comunidad. El desarme solo se logra con el acuerdo de todos.
En efecto, lo más interesante y prometedor es que las armas son, a fin de cuentas, unas por otras, y su desmantelamiento resulta en la sustitución de la violencia por el entendimiento, el acuerdo y la cooperación libre, esto es, la cooperación de todos por el beneficio de todos; la comunidad humana.
Pero es preciso un apunte más; proponer el desarme intelectualmente no basta, resulta idealista, pues lo dado, es el arma (ya mencionamos que aquellos que organizan la sociedad, los políticos, las autoridades, se deben a su estado), mientras el desarme sería una idea generada a partir de lo dado y, por tanto, secundaria, subordinada a lo real, de modo que la propuesta de desarme debe tener carácter de empresa.
¿Alguien se apunta?

Manuel Herranz                                                   Madrid, 20 de junio de 2014


[1] Rousseau, Jean Jacques. Oevres Completes 2, “Projet de Paix Perpetuelle de L’Abbé de Saint Pierre, Editions du Seuil, 1971, Paris,  pp. 348. (Traducción propia)
[2] O. c. pp 337
[3] O. c. pp 340
[4] O. c. p 348
[5] O. c. p 348. Señala también Rousseau que puede acontecer que algún soberano se decantase por este tipo de unión o asociación por la paz, y aporta algún caso histórico, pero, en ese caso, lo hacen no por su valor en sí sino como un medio puntual para ellos, principalmente hacer frente a otro soberano.
[6] Kant, Immanuel, Zum ewigen Frieden, http://homepage.univie.ac.at/benjamin.opratko/ip2010/kant.pdf
p. p. 20.633-20.649 (Traducción propia)
[7] O. c. pp. 20.624 – 20.632
[8] Rousseau, Jean Jacques. Oevres Completes 2, “Que l’etat de guerre nait de l’etat social”, Editions du Seuil, 1971, Paris,  p. 383.
[9] O. c. 20.633
[10] O. c. 20.643
[11] La ideología más extendida en Occidente, muy precisamente a partir de Kant, un voluntarioso creyente del progreso humano entusiasmado por la Revolución Francesa y, me permito suponer que por la abolición de la esclavitud. Ambas asunciones son fácilmente explicables desde la perspectiva militar; con el fin de la esclavitud se elimina un peligro para el estado y le aporta mayor poder al incorporar a los esclavos al ejército, mientras que el verdadero visionario de la Revolución fue Rousseau y no los despóticos ilustrados que no la veían realizable. Rousseau les tranquilizo frente al peligro de la desunión del estado a causa de los partidos con su idea de voluntad general y utilizaba las palabras de Heródoto sobre los griegos, eran más mortíferos, más eficaces en la guerra, que sus enemigos porque eran demócratas, algo que probó Napoleón con el ejército nacional.
[12] O. c. 20.683
[13] O. c. 20.684
[14] O. c. 20.690
[15] O. c. p. 20.711
[16] O. c. p. 20.691
[17] El arma y su ineludible incorporación nos divide, nos hace dementes, palabra que utilizaba arriba Rousseau. Si existen seres inteligentes en el universo no pueden dirigirse a nosotros, pues somos esquizofrénicos, intratables, ya que los términos de la disputa, (el dominio, la posesión, el reparto), se nos impone sobre la cooperación para el beneficio mutuo.



[i]Le Projet de la Paix perpétuelle, étant par son objet le plus digne d’occuper un homme de bien,…”
[ii] Convenons donc que l’état relatif des Puissances de l’Europe est proprement un état de guerre, et que tous les traités partiels entre quelques-unes de ces Puissances sont plutôt des trêves passagères que de véritables paix: soit parce que ces traités n’ont point communément d’autres, garants que les parties contractantes; soit parce que les droits des unes et des autres n’y sont jamais décidés radicalement, et que ces droits mal éteints, ou les prétentions qui en tiennent lieu entre des Puissances qui ne reconnaissent aucun supérieur, seront infailliblement des sources de nouvelles guerres, sitôt que d’autres circonstances auront donné de nouvelles forces aux prétendants.

[iii] Par le premier, les souverains contractants établiront entre eux une alliance perpétuelle et irrévocable, et nommeront des plénipotentiaires pour tenir, dans un lieu déterminé, une Diète ou un Congrès permanent, dans lequel tous les différends des parties contractantes seront réglée et terminée par voies d’arbitrage ou de jugement.
Par le second, on spécifiera le nombre des souverains dont les plénipotentiaires auront voix à la Diète; ceux qui seront invités d’accéder au traité; l’ordre, le temps et la manière dont la présidence passera de l’un à l’autre par intervalles égaux; enfin la quotité relative des contributions, et la manière de les lever pour fournir aux dépenses communes.
Par le troisième, la Confédération garantira à chacun de ses membres la possession et le gouvernement de tous les États qu’il possède actuellement, de même que la succession élective ou héréditaire, selon que le tout est établi par les lois fondamentales de chaque pays; et, pour supprimer tout d’un coup la source des démêlés qui renaissent incessamment, on conviendra de prendre la possession actuelle et les derniers traités pour base de tous les droits mutuels des Puissances contractantes: renonçant pour jamais et réciproquement à toute autre prétention antérieure; sauf les successions futures contentieuses, et autres droits à échoir, qui seront tous réglés à l’arbitrage de la Diète, sans qu’il soit permis de s’en faire raison par voies de fait, ni de prendre jamais les armes l’un contre l’autre, sous quelque prétexte que ce puisse être.
Par le quatrième, on spécifiera les cas où tout Allié, infracteur du traité, serait mis au ban de l’Europe, et proscrit comme ennemi public: savoir, s’il refusait d’exécuter les jugements de la grande Alliance, qu’il fît des préparatifs de guerre, qu’il négociât des traités contraires à la Confédération, qu’il prît les armes pour lui résister, ou pour attaquer quelqu’un des Alliés. Il sera encore convenu par le même Article qu’on amers, et agira offensivement, conjointement, et à frais communs, contre tout État au ban de l’Europe, jusqu’à ce qu’il ait mis bas les armes, exécuté les jugements, et règlements de la Diète, réparé les torts, remboursé les frais, et fait raison même des préparatifs de guerre contraires au traité.
Enfin, par le cinquième, les plénipotentiaires du Corps européen auront toujours le pouvoir de former dans la Diète, à la pluralité des voix pour la provision, et aux trois quarts des voix cinq ans après pour la définitive, sur les instructions de leurs cours, les règlements qu’ils jugeront importants pour procurer à la République européenne et à chacun de ses membres tous les avantages possibles. Mais on ne pourra jamais rien changer à ces cinq Articles fondamentaux que du consentement unanime des Confédérés.

[iv] Si, malgré tout cela, ce projet demeure sans exécution, ce n’est donc pas qu’il soit chimérique; c’est que les hommes sont insensés, et que c’est une sorte de folie d’être sage au milieu des fous.

[v] Distinguons donc, en politique ainsi qu’en morale, l’intérêt réel de l’intérêt apparent. Le premier se trouverait dans la paix perpétuelle ; cela est démontré dans le Projet. Le second se trouve dans l’état d’indépendance absolue qui soustrait les souverains à l’empire de la Loi pour les soumettre à celui de la fortune; semblables à un pilote insensé, qui, pour faire montre d’un vain savoir et commander à ses matelots, aimerait mieux flotter entre des rochers durant la tempête que d’assujettir son vaisseau par des  ancres.

[vi] Or, je demande s’il y a dans le monde un seul souverain qui, borné ainsi pour jamais dans ses projets les plus chéris,supportât sans indignation la seule idée de se voir forcé d’être juste, non seulement avec les étrangers, mais même avec ses propres sujets. Il est facile encore de comprendre que d’un côté la guerre et les conquêtes, et de l’autre le progrès du despotisme, s’entr’aident mutuellement; qu’on prend à discrétion, dans un peuple d’esclaves, de l’argent et des hommes pour en subjuguer d’autres; que réciproquement la guerre fournit un prétexte aux exactions pécuniaires, et un autre non moins spécieux d’avoir toujours de grandes armées pour tenir le peuple en respect. Enfin, chacun voit assez que les princes conquérants font pour le moins autant la guerre à leurs sujets qu’à leurs ennemis, et que la condition des vainqueurs n’est pas meilleure que celle des vaincus. J’ai battu tu Romains, écrivait Annibal aux Carthaginois; envoyez-moi des troupes: j’ai mis l’Italie à contribution; envoyez-moi de l’argent. Voilà ce que signifient les Te Deum, les feux de joie, et l’allégresse du peuple aux triomphes de ses maîtres.
Quant aux différends entre prince et prince, peut-on espérer de soumettre à un tribunal supérieur des hommes qui s’osent vanter de ne tenir leur pouvoir que de leur épée, et qui ne font mention de Dieu même que parce qu’il est au ciel? Les souverains se soumettront-ils dans leurs querelles à des voies juridiques, que toute la rigueur des lois n’a jamais pu forcer les particuliers d’admettre dans les leurs? Un simple gentilhomme offensé dédaigne de porter ses plaintes au tribunal des Maréchaux de France ; et vous voulez qu’un roi porte les siennes à la Diète européenne? Encore y a-t-il cette différence, que l’un pèche contre les lois et expose doublement sa vie, au lieu que l’autre n’expose guère que ses sujets; qu’il use, en prenant les armes, d’un droit avoué de tout le genre humain, et dont il prétend n’être comptable qu’à Dieu seul.
Un prince qui met sa cause au hasard de la guerre n’ignore pas qu’il court des risques; mais il en est moins frappé que des avantages qu’il se promet, parce qu’il craint bien moins la fortune qu’il n’espère de sa propre sagesse. S’il est puissant, il compte sur ses forces; s’il est faible, il compte sur ses alliances; quelquefois il lui est utile au dedans de purger de mauvaises humeurs, d’affaiblir des sujets indociles, d’essuyer même des revers; et le politique habile sait tirer avantage de ses propres défaites. J’espère qu’on se souviendra que ce n’est pas moi qui raisonne ainsi, mais le sophiste de cour, qui préfère un grand territoire et peu de sujets, pauvres et soumis, à l’empire inébranlable que donnent au prince la justice et les lois sur un peuple heureux et florissant.
C’est encore par le même principe qu’il réfute en lui-même l’argument tiré de la suspension du commerce, de la dépopulation, du dérangement des finances, et des pertes réelles que cause une vaine conquête. C’est un calcul très fautif que d’évaluer toujours en argent les gains ou les pertes des souverains; le degré de puissance qu’ils ont en vue ne se compte point par les millions qu’on possède. Le prince fait toujours circuler ses projets; il veut commander pour s’enrichir, et s’enrichir pour commander. Il sacrifiera tour à tour l’un et l’autre pour acquérir celui des deux qui lui manque: mais ce n’est qu’afin de parvenir à les posséder enfin tous les deux ensemble qu’il les poursuit séparément; car, pour être le maître des hommes et des choses, il faut qu’il ait à la fois l’empire et l’argent.
Ajoutons enfin, sur les grands avantages qui doivent résulter, pour le commerce, d’une paix générale et perpétuelle, qu’ils sont bien en eux-mêmes certains et incontestables, mais qu’étant communs à tous ils ne seront réels pour personne; attendu que de tels avantages ne se sentent que par leurs différences, et que, pour augmenter sa puissance relative, on ne doit chercher que des biens exclusifs.
Sans cesse abusés par l’apparence des choses, les princes rejetteraient donc cette paix, quand île pèseraient leurs intérêts eux mêmes; que sera-ce quand do les feront peser par leurs ministres, don’t les intérêts sont toujours opposés à ceux du peuple et presque toujours à ceux du prince? Les ministres ont besoin de la guerre pour se rendre nécessaires, pour jeter le prince dans des embarras dont il ne se puisse tirer sans eux, et pour perdre l’État, s’il le faut, plutôt que leur place; ils en ont besoin pour vexer le peuple sous prétexte des nécessités publiques; ils en ont besoin pour placer leurs créatures, gagner sur les marchés, et faire en secret mille odieux monopoles; ils en ont besoin pour satisfaire leurs passions, et s’expulser mutuellement; ils en ont besoin pour s’emparer du prince, en le tirant de la cour quand il s’y forme contre eux des intrigues dangereuses. Ils perdraient toutes ces; ressources par la paix perpétuelle. Et le public ne laisse pas de demander pourquoi, si ce projet est possible, ils ne l’ont pas adopté! Il ne voit pas qu’il n’y a rien d’impossible dans ce projet, sinon qu’il soit adopté par eux. Que feront-ils donc pour y opposer! Ce qu’ils ont toujours fait: ils le tourneront en ridicule.

[vii] 1. Die bürgerliche Verfassung in jedem Staate soll republikanisch sein. 2. Das Völkerrecht soll auf einen Föderalism freier Staaten gegründet sein. 3. »Das Weltbürgerrecht soll auf Bedingungen der allgemeinen Hospitalität eingeschränkt sein.«

[viii] 1. »Es soll kein Friedensschluß für einen solchen gelten, der mit dem geheimen Vorbehalt desStoffs zu einem künftigen Kriege gemacht worden.« 2. »Es soll kein für sich bestehender Staat (klein oder groß, das gilt hier gleichviel) von einem andern Staate durch Erbung, Tausch, Kauf oder Schenkung erworben werden können.« 3. »Stehende Heere (miles perpetuus) sollen mit der Zeit ganz aufhören.« 4. »Es sollen keine Staatsschulden in Beziehung auf äußere Staatshändel gemacht werden.« 5. »Kein Staat soll sich in die Verfassung und Regierung eines andern Staats gewalttätig einmischen.« 6. »Es soll sich kein Staat im Kriege mit einem andern solche Feindseligkeiten erlauben, welche das wechselseitige Zutrauen im künftigen Frieden unmöglich machen müssen: als da sind, Anstellung der Meuchelmörder (percussores), Giftmischer (venefici), Brechung der Kapitulation, Anstiftung des Verrats (perduellio) in dem bekriegten
Staat etc.«

[ix] De la première sociétè formee´s ensuit nécesairement la formation de toutes les outres. Il faut en faire partie ou s’unir pour lui resister. Il faut l’imiter ou se laisser engloutir par elle.
[x] Der Friedenszustand unter Menschen, die neben einander leben, ist kein Naturstand (status naturalis), der vielmehr ein Zustand des Krieges ist, d.i. wenn gleich nicht immer ein Ausbruch der Feindseligkeiten, doch immerwährende Bedrohung mit denselben. Er muß also gestiftet werden; denn die Unterlassung der letzteren ist noch nicht Sicherheit dafür, und, ohne daß sie einem Nachbar von dem andern geleistet wird (welches aber nur in einem gesetzlichen Zustande geschehen kann), kann jener diesen, welchen er dazu aufgefordert hat, als einen Feind behandeln.3
3 Gemeiniglich nimmt man an, daß man gegen niemand feindlich verfahren dürfe, als nur, wenn er mich schon tätig lädiert hat, und das ist auch ganz richtig, wenn beide im bürgerlich-gesetzlichen Zustande sind. Denn dadurch, daß dieser in denselben getreten ist, leistet er jenem (vermittelst der Obrigkeit, welche über beide Gewalt hat) die erforderliche Sicherheit.

[xi] Denn wenn das Glück es so fügt:daß ein mächtiges und aufgeklärtes Volk sich zu einerRepublik (die ihrer Natur nach zum ewigen Frieden geneigt sein muß) bilden kann, so gibt diese einen Mittelpunkt der föderativen Vereinigung für andere Staaten ab, um sich an sie anzuschließen, und so den Freiheitszustand der Staaten, gemäß der Idee des Völkerrechts, zu sichern, und sich durch mehrere Verbindungen dieser Art nach und nach immer weiter auszubreiten.

[xii] Wenn ich von aller Materie des öffentlichen Rechts (nach den verschiedenen empirisch-gegebenen Verhältnissen der Menschen im Staat oder auch der Staaten unter einander), so wie es sich die Rechtslehrer gewöhnlich denken, abstrahiere, so bleibt mir noch die Form der Publizität übrig, deren Möglichkeit ein jeder Rechtsanspruch in sich enthält, weil ohne jene es keine Gerechtigkeit (die nur als öffentlich kundbargedacht werden kann), mit hin auch kein Recht, das nur von ihr erteilt wird, geben würde.
[xiii] Nach einer solchen Abstraktion von allem Empirischen, was der Begriff des Staats- und Völkerrechts enthält (dergleichen das Bösartige der menschlichen
Natur ist, welches den Zwang notwendig macht),kann man folgenden Satz die transzendentale Formel des öffentlichen Rechts nennen:
»Alle auf das Recht anderer Menschen bezogene Handlungen, deren Maxime sich nicht mit der Publizität verträgt, sind unrecht«.
Dieses Prinzip ist nicht bloß als ethisch (zur Tugendlehre gehörig), sondern auch als juridisch (das Recht der Menschen angehend) zu betrachten. Denn eine Maxime, die ich nicht darf laut werden lassen, ohne dadurch meine eigene Absicht zugleich zu vereiteln, die durchaus verheimlicht werden muß, wenn sie
gelingen soll, und zu der ich mich nicht öffentlich bekennen kann, ohne daß dadurch unausbleiblich der Widerstand aller gegen meinen Vorsatz gereizt werde, kann diese notwendige und allgemeine, mithin a priori einzusehende, Gegenbearbeitung aller gegen mich nirgend wovon anders, als von der Ungerechtigkeit her haben, womit sie jedermann bedroht.
[xiv] Nun bedarf man aber auch belehrt zu werden, welchesdenn die Bedingung ist, unter der ihre Maximen mit dem Recht der Völker übereinstimmen? Denn es läßt sich nicht umgekehrt schließen: daß, welche Maximen die Publizität vertragen, dieselbe darum auch gerecht sind; weil, wer die entschiedene Obermacht hat, seiner Maximen nicht Hehl haben darf.
[xv] 15 Wenn gleich eine gewisse in der menschlichen Natur gewurzelte Bösartigkeit von Menschen, die in einem Staat zusammen leben, noch bezweifelt, und, statt ihrer, der Mangel einer noch nicht weit genug fortgeschrittenen Kultur (die Rohigkeit) zur Ursache der gesetzwidrigen Erscheinungen ihrer Denkungsart mit einigem Scheine angeführet werden möchte, so fällt sie doch, im äußeren Verhältnis der Staaten gegen einander, ganz unverdeckt und unwidersprechlich in die Augen.

[xvi] In dieser Absicht schlage ich ein anderes transzendentales und bejahendes Prinzip des öffentlichen Rechts vor, dessen Formel diese sein würde: »Alle Maximen, die der Publizität bedürfen (um ihren Zweck nicht zu verfehlen), stimmen mit Recht und Politik vereinigt zusammen«.Denn, wenn sie nur durch die Publizität ihren Zweck erreichen können, so müssen sie dem allgemeinen Zweck des Publikums (der Glückseligkeit) gemäß sein, womit zusammen zu stimmen (es mit seinem Zustande zufrieden zu machen) die eigentliche Aufgabe der Politik ist. Wenn aber dieser Zweck nur durch die Publizität, d.i. durch die Entfernung alles Mißtrauens gegen die Maximen derselben, erreichbar sein soll, so müssen diese auch mit dem Recht des Publikums in Eintracht stehen; denn in diesem allein ist die Vereinigung der Zwecke aller möglich. – Die weitere Ausführung und Erörterung dieses Prinzips muß ich für eine andere Gelegenheit aussetzen; nur daß es eine transzendentale Formel sei, ist aus der Entfernung aller empirischen Bedingungen (der Glückseligkeitslehre), als der Materie des Gesetzes und der bloßen Rücksicht auf die Form der allgemeinen Gesetzmäßigkeit zu ersehen.

Wenn es Pflicht, wenn zugleich gegründete Hoffnung da ist, den Zustand eines öffentlichen Rechts, obgleich nur in einer ins Unendliche fortschreitenden Annäherung wirklich zu machen, so ist der ewige Friede, der auf die bisher fälschlich so genannte Friedensschlüsse. (eigentlich Waffenstillstände) folgt,
keine leere Idee, sondern eine Aufgabe, die, nach und nach aufgelöst, ihrem Ziele (weil die Zeiten, in denen gleiche Fortschritte geschehen) hoffentlich immer kürzer werden, beständig näher kommt.