COMENTARIO
AL PROYECTO DE PAZ DE KANT
Me
parece oportuno homenaje a Kant ocuparnos
de su proyecto de Paz Perpetua, válganos su buena voluntad aunque no se
realice, pues, como bien comienza Rousseau su tratado sobre este mismo proyecto
del abad de Saint Pierre:
“El proyecto de la paz
perpetua es por su objeto el más digno de ocupar a un hombre de bien”.[i]
Y cómo precisamente el punto
de partida del trabajo de Kant es tanto el proyecto del abad así como el
comentario sobre éste de Rousseau, comenzamos por revisarlo.
El estado de cosas lo
presenta así Rousseau:
Convengamos
entonces que el estado relativo de las potencias es propiamente un estado de
guerra, y que todos los tratados parciales entre cualesquiera de estas
potencias son más treguas que paz verdadera; sea porque los tratados no tienen
otra garantía que el de las partes contratantes, sea porque los derechos de las
otras no son nunca resueltos radicalmente, y que estos derechos pasajeros, donde las pretensiones que tienen
lugar entre las potencias que no se reconocen ningún derecho superior, serán
infaliblemente fuentes de nuevas guerras una vez que otras circunstancias habrán dado nuevas fuerzas a los pretendientes. [ii]
La solución, según el abad
de Saint Pierre, sería una confederación de estados que se firmaría bajo los
siguientes artículos resumidos por Rousseau:
1. Los
soberanos establecen una alianza perpetua e irrevocable y nombrarán
plenipotenciarios que en congreso permanente regularán y decidirán por vía de
arbitraje todas las diferencias entre las partes 2. Se especificará el número
de soberanos, el orden, tiempo y manera en que la presidencia pasará de unos a
otros por intervalos iguales y la cuota relativa de las contribuciones y el
modo de recaudarla para sufragar gastos. 3. La confederación garantizará a cada
uno de sus miembros lo que posee actualmente. 4. Se especificarán los casos en
que todo aliado infractor será expulsado, a saber, si rehúye ejecutar los
dictámenes de la alianza 5. Los plenipotenciarios tendrán capacidad de decidir
en el congreso por mayoría simple y tres cuartas siguiendo las instrucciones de
sus Cortes los reglamentos que juzguen importantes, pero no podrá cambiarse
nada de los cinco artículos fundamentales. [iii]
A continuación Rousseau
enumera las ventajas y los inconvenientes que plantea semejante tratado y
concluye en que, sin duda alguna, las ventajas son inmensamente mayores que los
nimios y momentáneos inconvenientes que pudiera provocar, relativos sobre todo
a esperanzas de algunos estados de aumentar su actual dominio o de otros de
recuperar alguna parte perdida del suyo en un conflicto anterior. Los mismos
príncipes son los que más aseguran realmente su posición y dinastía, por lo que
Rousseau concluye su exposición del proyecto de Saint Pierre con las siguientes
palabras:
Si, pese a
todo, este proyecto no llega a ser ejecutado, ello no se debe a que sea
quimérico, sino a que los hombres son insensatos y que es una especie de demencia ser sabio en medio de locos. [iv]
Y
aquí da comienzo Rousseau a las razones por las que, pese a la indiscutible
bondad de la propuesta del abad, ésta no se lleva a la práctica y lo atribuye a
la diferencia entre
“(….) el interés real y el aparente; el primero se
encontraría en la paz perpetua, mientras que el segundo en la independencia total. Los reyes, o
quienes ocupan sus funciones, solo se ocupan de dos objetivos: extender su
dominio hacia el exterior y hacerlo más absoluto en el interior. Toda otra
meta, se orienta a una de aquellas dos, o únicamente la sirve de pretexto”. [v]
Rousseau adjudica a esa “independencia total” o soberanía un carácter activo
y afirma que el hombre no se guía por la razón sino por las pasiones, siendo el
deseo de los poderosos de mantener sus privilegios lo que les lleva a rechazar
la propuesta de acuerdo de paz:
“¿Cómo podría el soberano soportar sin indignación la
sola idea de verse forzado a ser justo no solo con los extranjeros sino con sus
propios súbditos?…..Es fácil entender que la guerra, por un lado, y el
despotismo, por otro, se potencian mutuamente…En definitiva, puede darse por
sentado que los príncipes conquistadores al menos hacen tanto la guerra a sus
súbditos como a sus enemigos…. En cuanto a los contenciosos, ¿puede esperarse
que se vayan a someter a un tribunal superior aquellos que se vanaglorian de
que su poder es fruto de la espada?…[vi]
Kant conocía bien la obra y la
vida de Rousseau así cómo, en cualquier caso a través de este, el fracaso y
sinsabores del abad y no son por tanto extrañas las escépticas y descorazonadas
palabras que introducen su escrito señalando que el título de su tratado, Hacia
Paz Perpetua (Zum ewigen Frieden), figuraba en un rótulo sobre la puerta de un
cementerio.
Dado que Rousseau atribuye al
deseo de los poderosos de mantener su poder que no se establezca la paz, Kant
pretenderá superar ese obstáculo poniendo el énfasis de su propia propuesta en
una federación de estados con gobiernos republicanos, por eso las Tres Bases
Definitivas para el establecimiento de la Paz Perpetua son:
1ª “La constitución civil en cada estado debe ser
republicana…opuesta a despótica, es decir, en
la que todos son iguales ante la ley” 2ª. “El derecho de gentes se debe basar
en una Federación de Estados Independientes..., para asegurar y conservar la
libertad del estado en si mismo….es decir, independiente de toda ley exterior
(esto es decir, soberano)”. 3ª. “El derecho de la ciudadanía mundial debe
limitarse a las condiciones de hospitalidad universal…esto es,…..derecho de un
extranjero a no recibir tratamiento hostil” [vii]
Pero Kant, antes de exponer los términos del Tratado o Bases Definitivas establece
las siguientes Bases Previas para la paz perpetua entre los estados.
1ª “No debe
considerarse válido un tratado de paz al que se haya arribado con reservas
mentales sobre algunos objetivos capaces de causar la guerra en el futuro” 2ª.
“Ningún estado independiente, sea cual sea su tamaño, puede pasar a formar
parte de otro Estado por medio de trueque, compra, donación o herencia” 3ª.
“Los ejércitos permanentes deben desaparecer permanentemente” 4ª. “El estado no
debe contraer deudas que tiendan a mantener su política exterior” 5ª. “Ningún
estado debe inmiscuirse por la fuerza en la constitución y el gobierno de otro
estado. 6ª. Un estado que esté en guerra con otro no debe admitir el uso de
hostilidades que impidan la confianza mutua en una futura paz. Por ejemplo: uso
dentro del estado enemigo de asesinos, envenenadores, quebrantamiento de las capitulaciones,
instigación a la traición, etc. [viii]
Encontramos claro que las
Bases Previas son un obstáculo insalvable para las Bases Definitivas, algo especialmente
patente en nuestros días en los que es impensable una potencia sin ejército
permanente y sin investigación, desarrollo e industria militar, de la misma
manera que ningún tratado entre estados es, ni ha sido, ni será válido jamás, y
la prueba es que ninguno ha llevado al desarme voluntario y, por tanto, no ha
sido más que un armisticio ni puede ser otra cosa.
Los ejércitos permanentes no
pueden desaparecer, pues estos están siempre actuando; sometiendo o disuadiendo, antes y después de la guerra, tal como se
advierte en las reflexiones de, precisamente, un discípulo de Kant, Clausewitz,
al afirmar que el objetivo de toda guerra es siempre desarmar al enemigo, por
tanto se entiende que así le tendrá a merced y en condiciones de que cumpla lo
que también tras su derrota le hará acordar
o prometer.
Ese estado de permanente tensión
entre estados da lugar a las incesantes, aunque cambiantes, coaliciones entre
ellos para sumar potencia y nos explica el hecho de que todo estado se organice
permanentemente y no solo en tiempo de guerra como una estructura de mando a
partir de una sola cabeza, incluso en el sistema republicano del que habla Kant
–sistema en el que, en efecto, el pueblo elige a su mando, pero el mando en sí,
la subordinación de unos a otros, no se cuestiona. Esto ya lo había percibido
Rousseau, tanto al afirmar que el estado de guerra y el despotismo se
retroalimentan así cómo, en otra ocasión más explícitamente
[ix] cuando argumenta que la
primera sociedad de desiguales, esto es jerárquica o piramidal, forzó a las
otras a organizarse de la misma manera so pena de ser absorbidas por la primera
–lógicamente en la parte más baja de la pirámide- dado que esta es la forma
eficaz de organización para la guerra.
Me permito añadir que con
este concepto de organización piramidal se inicia el famoso Arte de la Guerra de Sunzi.
A diferencia de Rousseau que
considera al hombre bueno por naturaleza, Kant establece una analogía entre el
ser humano y el estado y establece que de la misma manera que el hombre, según supone,
fue sometido al imperio de la ley desde su anárquica y belicosa condición
natural así espera que suceda con los estados. A este aspecto dedica Kant las
líneas introductorias a las Bases Definitivas señalando que
“La paz no
es un estado natural en el que los hombres viven unidos. El estado natural es
más bien el de la guerra, uno en el que, si bien las hostilidades no se han
declarado, existe un riesgo constante de que estallen”….“la autoridad suprema,
al tener poder sobre los demás, brinda el recurso útil de tales seguridades”. [x]
Ahora bien, en ese caso, como
ya hemos visto que señalaba Rousseau, en un Federación de Estados
Independientes, ¿dónde estaría esa autoridad suprema?
Consecuentemente,
Kant no piensa que su tratado pueda hacerse efectivo en función de que los
hombres se propongan realizarlo sino que añade
“si la suerte permite que un pueblo fuerte e ilustrado se
constituye en una república y se inclina hacia la paz perpetua podría ser el
centro de la unión federativa...”
[xi]
Y
de la
suerte pasa a la Providencia, más
conocida hoy día como Historia
,
la cual, así como llevó al hombre aún contra su voluntad a entrar en estado de
derecho, conducirá hasta él también a los estados, asegura Kant.
Los ejemplos que aporta Kant
para establecer un progreso histórico humano son muy cuestionables, mientras
que, por el contrario, independientemente del momento histórico, según pasan o mueren
los individuos vemos que otros ocupan sus cargos o trajes como en el teatro y
los representan y, pese a la igualdad formal de algunos sistemas modernos o
antiguos, la forma estatal o piramidal como forma de organización humana básicamente
representado en las figuras del ajedrez es inalterable, bien sobre la base de
privilegios arrogados o estatuidos o por la simple desigual distribución y
responsabilidad sobre los recursos tanto humanos como materiales. Sin esa
estructura piramidal que mantiene en la precariedad a la mayor parte de la
población, que la pone a merced de sus superiores, nadie obedecería, lo mismo
en el trabajo que en el ejército. La república que propone Kant solo puede
ofrecer igualdad formal, pero no real, tal como señalaron sus críticos, los
marxistas. Y, del mismo modo, la igualdad real que ha intentado el comunismo,
ya de la Unión Soviética o de China, se mostró inviable –les llevaba a la ruina
en el marco de la competencia internacional- y han tenido ambos que retornar a
la desigualdad, incluso asumirla explícitamente; con un “hacerse rico es
glorioso” inauguraba Deng Xiaoping su Reforma.
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Sin embargo, y esta es mi
tesis, posiblemente Kant era un tanto consciente de las inconsistencias y de la
impotencia de su propuesta y si ya era chocante la ironía de Kant sobre la Paz
Perpetua en la puerta de un cementerio, así como la insalvable dificultad que
representan sus Bases Previas para que puedan darse la Bases Definitivas, pues
realmente el sentido común sabe que éstas condiciones jamás se darán, ya que la
máxima producción humana en todo tiempo y lugar incluido el futuro –tal como lo
proyecta cualquier obra de ficción- es el armamento, así como que los avances
técnicos para uso civil son siempre derivados o residuos del uso primero y
primordial militar, por ejemplo, el teléfono, el coche, el avión, internet, etc.,
De la misma manera nos resulta ahora extraña la publicación que hace Kant de un artículo “secreto”. Ruega Kant en
él que las autoridades presten atención a los filósofos, “incapaces de aceptar
banderías” dice, aunque sea en secreto, para no dañar su propia reputación como
autoridades, con lo que nos indica y recuerda implícitamente que, aunque la
razón esté igualmente repartida entre los individuos del mundo, quien tiene la
fuerza tiene, por consiguiente, la razón.
Este es, sin duda, un punto
de inflexión en el texto de Kant, precisamente en el que pasa de hablar para
los políticos –diciéndoles lo que les puede decir- para, finalmente, utilizar
la razón según su propósito. En efecto, el sujeto de la razón es la humanidad y
la paz no puede venir de la política, de las autoridades, de los políticos, que
son los que se plantean cómo organizar la sociedad, porque su referencia última
es su estado y su tarea servirle.
Así que, tras este artículo secreto,
pero publicado, Kant continúa su ensayo con dos anexos, que son los realmente
tratan de la paz, precisamente porque toman distancia del estado. El primero
trata sobre el desacuerdo entre la
moral y la política y es preámbulo del que cierra y completa el tratado,
titulado “De la armonía entre política y moral de acuerdo con el concepto
trascendental de derecho público”. Comienza Kant señalando que si eliminamos
toda “materia” del derecho, solo nos quedará la “forma” de la “publicidad”.
“La
publicidad está implícita en toda pretensión de derecho, independientemente de
su contenido..…toda pretensión de derecho tiene que estar basada en la
capacidad de publicar”. [xii]
Dicho esto, Kant establece
“…lo que
podría denominarse ‘fórmula transcendental del derecho público’”... “Las
acciones relativas al derecho de otros hombres son injustas, si su máxima no acepta
publicidad”, algo que se advierte claramente porque su publicidad “causaría la
oposición a su objeto”. “El principio citado es, por otra parte, simplemente negativo”..“pues
solo sirve para conocer lo que es injusto respecto a los demás” [xiii]
“porque no
puede decirse que las máximas compatibles con la publicidad sean todas justas,
ya que, quien cuenta con la supremacía no necesita esconder sus máximas”. [xiv]
En efecto, Kant señala con gran profusión de ejemplos y
detalles que “al estado no le preocupa la publicidad sino el fracaso de sus
estratagemas”, pues su tarea, por todos asumida, es su propio engrandecimiento
al medio que fuere, según las palabras ya mencionadas de Rousseau.
Y aquí abre Kant una interesante nota en la que matiza la
analogía que había establecido entre el hombre y estado:
“Podría ponerse en duda la existencia de una maldad
radical, congénita, en la naturaleza de los seres que viven en un estado;
podría decirse con algo de veracidad que la razón de que los hombres a veces vayan
contra la ley está en la carencia de cultura suficiente (su primitivismo). Pero
en las relaciones externas entre estados se presenta bien clara e incontestable
esa maldad fundamental.[15]
[xv]
Esto es, básicamente un
estado puede decir bien alto, yo hago el mal, manufacturo objetos para matar,
entreno gente permanentemente para matar y de hecho estoy actualmente privando de libertad, de medios
para vivir y desarrollarse, a aquellos que quedan bajo la influencia de esas
armas y de ese ejército, tanto dentro de las fronteras como más allá, pues ese
estado no solo se justifica en su relación con otros estados que operan de la
misma manera, tal como decía Rousseau, sino que su supervivencia, esto es, su
misma existencia depende de ello o es eso.
Kant, sin embargo, se
“atreve” a proponer un
“principio trascendental del
derecho público: Todas las máximas que necesitan la publicidad para lograr su
finalidad están de acuerdo al mismo tiempo con el derecho y la política juntos”…Porque
si es solo a través de la publicidad que son capaces de conseguir la finalidad
que los mueve, es porque están de acuerdo con el fin general del público: la
felicidad.”….”solo con la publicidad de las máximas se elimina la
desconfianza”. “Dejaremos para otro momento el desarrollo de este principio”. [xvi]
Así concluye La Paz Perpetua
de Kant.
De modo que es en este punto
en el que le tomamos la palabra para hacer de aquella esta oportunidad y
desarrollar ese principio mencionado. Todos podemos, tal como pretende Kant,
expresar para que sirve o que se pretende con cada cosa, cada objeto, cada
acción, cada iniciativa, cada cooperación con otros, tal como un vaso es para
beber, un coche para llegar antes, una silla para sentarse, etc. pues todos tenemos
sentido común para las cosas prácticas, del mismo modo que tenemos la capacidad
de ponernos en lugar de los otros-, así pues estamos en condiciones de, por
medio de la publicidad, tal como dice Kant, alcanzar la paz y la comunidad.
Pero no todas las cosas
tienen por objeto servirnos o beneficiarnos, existe algo, una única cosa, el
arma, que tiene por objeto dañarnos, matarnos, es la mala intención objetivada,
y, sin embargo, como ya he mencionado antes, es la producción suprema del
hombre en todo tiempo y lugar.
Pero el efecto del arma no
es solo ni principalmente, como se le atribuye, destruir o matar, sino que nos
afecta virtualmente en tanto anticipamos su efecto, privándonos de libertad. Ya
vimos como Clausewitz, señalaba que el objeto de la guerra es desarmar al
enemigo, pues quien queda armado, o con más armas o con armas más poderosas
tiene a merced a los otros. El Quijote,
un libro que no se ha entendido, trata básicamente de eso. Cervantes lo expresa
en el discurso de las Armas y las Letras señalando “que es lo mesmo las armas
que la guerra”.
Sin embargo, sucede que toda
construcción ideológica tiene por objeto ocultarlas, por eso no las percibimos
como el resto de las cosas, que son para beneficiarnos y, por tanto, pueden ser
expresadas públicamente con toda claridad. Así Sunzi lo que expone con su
tratado, con mucha más profundidad de la que se le supone también, es que el Arte
de la Guerra es el Arte del Engaño.
Un engaño –o inhumanidad-
que tiene raíces muy profundas como mostraré ahora. Si viésemos una mesa patas
arriba diríamos de inmediato –sin pensar o poner conciencia en ello-, que está
mal puesta, pero para alguien que desconozca su uso, imaginemos un miembro de
una tribu perdida en el Amazonas que nunca ha visto una mesa, no podría
afirmarlo ni negarlo. Nosotros no hemos pensado en el uso de la mesa para
apoyar los codos y objetos, sino que esa percepción la hemos tenido
incorporándonosla virtualmente a nuestro cuerpo y eso, en cierto modo desde la
inconsciencia, nos ha servido en todo caso para juzgar (que está mal puesta).
Igualmente nos sucede con el arma, a la que el ser humano encontró ya dada en
la naturaleza, que en ese primer nivel no la piensa sino que la incorpora
, pero a diferencia del
resto de los objetos esa incorporación virtual anticipadora se hace de dos
modos opuestos: la empuñamos o la encaramos, con lo que, también sin mayor
pensamiento o conciencia alguna, nos decantamos por empuñarla y, siendo el arma
lo más determinante, resulta que ineludiblemente todo lo que hacemos, decimos,
planeamos, etc. tiene por objeto último la guerra tal como la hemos visto
definida por Clausewitz: armarnos y desarmar al enemigo (no es que seamos
egoístas –todo el mundo puede educarse y adaptarse a la sociedad, como mencionaba
Kant, somos básicamente libres), pero el arma sin embargo, no se puede eludir,
pues está ahí presente, real, (por más que intentemos engañarnos unos a otros
con ideologías) y esa arma que empuñamos se nos representa como nuestro estado,
la unidad armada o arma incorporada, cualquiera que este sea o por mucho que
modifique sus fronteras que son el alcance de la unidad armada.
Así que, hoy, ahora, aquí
proponemos frente a la guerra o engaño, la paz, esto es, la verdad, de modo que
la máxima de nuestra acción fundamental del principio trascendental afirmativo
del derecho público que proponía Kant quedaría así:
Obra
de tal modo que tu acción conduzca al desarme.
Ésta es la máxima que pide
Kant, la que debe darse publicidad universal, pues, en efecto, no sirve la
imposición, solo se puede lograr al desarme proponiéndoselo primero a todos los
hombres para someter la propuesta a su razón, juicio, aprobación y, finalmente,
ejecución conjunta, acordada y recíproca.
De otro modo, si
procediésemos con el desarme unilateralmente, simplemente otros abusarían de
nosotros y pasaríamos a ser parte de otro ejército, con lo que no conseguiríamos
nuestro propósito o, en todo caso, perjudicaríamos objetivamente a los nuestros,
pues les obligaríamos a redoblar sus esfuerzos para armarse más o en ejercer mayor
represión sobre nosotros. No conseguiríamos nuestro objetivo sino el contrario.
Esto es decir que, efectivamente, el desarme no solo tiene su objeto en sí mismo
sino en la razón humana, a la que se le ofrece un criterio, un objeto sobre el
cual pueda ésta operar para mediar entre los seres humanos para llevarles a la
comunidad. El desarme solo se logra con el acuerdo de todos.
En efecto, lo más
interesante y prometedor es que las armas son, a fin de cuentas, unas por
otras, y su desmantelamiento resulta en la sustitución de la violencia por el
entendimiento, el acuerdo y la cooperación libre, esto es, la cooperación de
todos por el beneficio de todos; la comunidad humana.
Pero
es preciso un apunte más; proponer el desarme intelectualmente no basta,
resulta idealista, pues lo dado, es el arma (ya mencionamos que aquellos que organizan
la sociedad, los políticos, las autoridades, se deben a su estado), mientras el
desarme sería una idea generada a partir de lo dado y, por tanto, secundaria,
subordinada a lo real, de modo que la propuesta de desarme debe tener carácter
de empresa.
¿Alguien
se apunta?
Manuel
Herranz Madrid,
20 de junio de 2014
Rousseau, Jean Jacques. Oevres
Completes 2, “Projet de Paix Perpetuelle de L’Abbé de Saint Pierre,
Editions du Seuil, 1971, Paris, pp. 348.
(Traducción propia)
O. c. p 348. Señala también Rousseau que puede acontecer que algún
soberano se decantase por este tipo de unión o asociación por la paz, y aporta
algún caso histórico, pero, en ese caso, lo hacen no por su valor en sí sino
como un medio puntual para ellos, principalmente hacer frente a otro soberano.
Kant, Immanuel,
Zum ewigen Frieden,
http://homepage.univie.ac.at/benjamin.opratko/ip2010/kant.pdf
p. p. 20.633-20.649
(Traducción propia)
O. c. pp. 20.624 – 20.632
Rousseau, Jean Jacques. Oevres
Completes 2, “Que l’etat de guerre nait de l’etat social”, Editions du
Seuil, 1971, Paris, p. 383.
El arma y su ineludible incorporación nos divide, nos hace dementes, palabra que utilizaba arriba
Rousseau. Si existen seres inteligentes en el universo no pueden dirigirse a
nosotros, pues somos esquizofrénicos, intratables, ya que los términos de la
disputa, (el dominio, la posesión, el reparto), se nos impone sobre la
cooperación para el beneficio mutuo.
[i] “Le Projet de la Paix perpétuelle, étant par son objet le plus digne
d’occuper un homme de bien,…”
[ii] Convenons donc que l’état relatif des Puissances de
l’Europe est proprement un état de guerre, et que tous les traités partiels
entre quelques-unes de ces Puissances sont plutôt des trêves passagères que de
véritables paix: soit parce que ces traités n’ont point communément d’autres,
garants que les parties contractantes; soit parce
que les droits des unes et des autres n’y sont jamais décidés radicalement, et
que ces droits mal éteints, ou les prétentions qui en tiennent lieu entre des
Puissances qui ne reconnaissent aucun supérieur, seront infailliblement des
sources de nouvelles guerres, sitôt que d’autres circonstances auront donné de
nouvelles forces aux prétendants.
[iii] Par le premier, les souverains contractants
établiront entre eux une alliance perpétuelle et irrévocable, et nommeront des
plénipotentiaires pour tenir, dans un lieu déterminé, une Diète ou un Congrès
permanent, dans lequel tous les différends des parties contractantes seront
réglée et terminée par voies d’arbitrage ou de jugement.
Par le second, on spécifiera le nombre des
souverains dont les plénipotentiaires auront voix à la Diète; ceux qui seront
invités d’accéder au traité; l’ordre, le temps et la manière dont la présidence
passera de l’un à l’autre par intervalles égaux; enfin la quotité relative des
contributions, et la manière de les lever pour fournir aux dépenses communes.
Par le troisième, la Confédération garantira à
chacun de ses membres la possession et le gouvernement de tous les États qu’il
possède actuellement, de même que la succession élective ou héréditaire, selon
que le tout est établi par les lois fondamentales de chaque pays; et, pour
supprimer tout d’un coup la source des démêlés qui renaissent incessamment, on
conviendra de prendre la possession actuelle et les derniers traités pour base
de tous les droits mutuels des Puissances contractantes: renonçant pour jamais
et réciproquement à toute autre prétention antérieure; sauf les successions
futures contentieuses, et autres droits à échoir, qui seront tous réglés à
l’arbitrage de la Diète, sans qu’il soit permis de s’en faire raison par voies
de fait, ni de prendre jamais les armes l’un contre l’autre, sous quelque
prétexte que ce puisse être.
Par le quatrième, on spécifiera les cas où tout
Allié, infracteur du traité, serait mis au ban de l’Europe, et proscrit comme
ennemi public: savoir, s’il refusait d’exécuter les jugements de la grande
Alliance, qu’il fît des préparatifs de guerre, qu’il négociât des traités
contraires à la Confédération, qu’il prît les armes pour lui résister, ou pour
attaquer quelqu’un des Alliés. Il sera encore convenu par le même Article qu’on
amers, et agira offensivement, conjointement, et à frais communs, contre tout
État au ban de l’Europe, jusqu’à ce qu’il ait mis bas les armes, exécuté les
jugements, et règlements de la Diète, réparé les torts, remboursé les frais, et
fait raison même des préparatifs de guerre contraires au traité.
Enfin, par le cinquième, les
plénipotentiaires du Corps européen auront toujours le pouvoir de former dans
la Diète, à la pluralité des voix pour la provision, et aux trois quarts des
voix cinq ans après pour la définitive, sur les instructions de leurs cours,
les règlements qu’ils jugeront importants pour procurer à la République
européenne et à chacun de ses membres tous les avantages possibles. Mais on ne
pourra jamais rien changer à ces cinq Articles fondamentaux que du consentement
unanime des Confédérés.
[iv] Si, malgré tout cela, ce projet demeure
sans exécution, ce n’est donc pas qu’il soit chimérique; c’est que les hommes
sont insensés, et que c’est une sorte de folie d’être sage au milieu des fous.
[v] Distinguons donc, en politique ainsi qu’en morale,
l’intérêt réel de l’intérêt apparent. Le premier se trouverait dans la paix
perpétuelle ; cela est démontré dans le Projet. Le second se trouve dans l’état
d’indépendance absolue qui soustrait les souverains à l’empire de la Loi pour
les soumettre à celui de la fortune; semblables à un pilote insensé, qui, pour
faire montre d’un vain savoir et commander à ses matelots, aimerait mieux
flotter entre des rochers durant la tempête que d’assujettir son vaisseau par
des ancres.
[vi] Or, je demande s’il y a dans le monde un seul
souverain qui, borné ainsi pour jamais dans ses projets les plus
chéris,supportât sans indignation la seule idée de se voir forcé d’être juste,
non seulement avec les étrangers, mais même avec ses propres sujets. Il est
facile encore de comprendre que d’un côté la guerre et les conquêtes, et de
l’autre le progrès du despotisme, s’entr’aident mutuellement; qu’on prend à
discrétion, dans un peuple d’esclaves, de l’argent et des hommes pour en
subjuguer d’autres; que réciproquement la guerre fournit un prétexte aux
exactions pécuniaires, et un autre non moins spécieux d’avoir toujours de
grandes armées pour tenir le peuple en respect. Enfin, chacun voit assez que
les princes conquérants font pour le moins autant la guerre à leurs sujets qu’à
leurs ennemis, et que la condition des vainqueurs n’est pas meilleure que celle
des vaincus. J’ai battu tu Romains, écrivait Annibal aux Carthaginois;
envoyez-moi des troupes: j’ai mis l’Italie à contribution; envoyez-moi de
l’argent. Voilà ce que signifient les Te Deum, les feux de joie, et l’allégresse
du peuple aux triomphes de ses maîtres.
Quant aux différends entre prince et prince,
peut-on espérer de soumettre à un tribunal supérieur des hommes qui s’osent
vanter de ne tenir leur pouvoir que de leur épée, et qui ne font mention de
Dieu même que parce qu’il est au ciel? Les souverains se soumettront-ils dans
leurs querelles à des voies juridiques, que toute la rigueur des lois n’a
jamais pu forcer les particuliers d’admettre dans les leurs? Un simple
gentilhomme offensé dédaigne de porter ses plaintes au tribunal des Maréchaux
de France ; et vous voulez qu’un roi porte les siennes à la Diète européenne?
Encore y a-t-il cette différence, que l’un pèche contre les lois et expose
doublement sa vie, au lieu que l’autre n’expose guère que ses sujets; qu’il
use, en prenant les armes, d’un droit avoué de tout le genre humain, et dont il
prétend n’être comptable qu’à Dieu seul.
Un prince qui met sa cause au hasard de la guerre
n’ignore pas qu’il court des risques; mais il en est moins frappé que des avantages
qu’il se promet, parce qu’il craint bien moins la fortune qu’il n’espère de sa
propre sagesse. S’il est puissant, il compte sur ses forces; s’il est faible,
il compte sur ses alliances; quelquefois il lui est utile au dedans de purger
de mauvaises humeurs, d’affaiblir des sujets indociles, d’essuyer même des
revers; et le politique habile sait tirer avantage de ses propres défaites.
J’espère qu’on se souviendra que ce n’est pas moi qui raisonne ainsi, mais le
sophiste de cour, qui préfère un grand territoire et peu de sujets, pauvres et
soumis, à l’empire inébranlable que donnent au prince la justice et les lois
sur un peuple heureux et florissant.
C’est encore par le même principe qu’il réfute en
lui-même l’argument tiré de la suspension du commerce, de la dépopulation, du
dérangement des finances, et des pertes réelles que cause une vaine conquête.
C’est un calcul très fautif que d’évaluer toujours en argent les gains ou les
pertes des souverains; le degré de puissance qu’ils ont en vue ne se compte point
par les millions qu’on possède. Le prince fait toujours circuler ses projets;
il veut commander pour s’enrichir, et s’enrichir pour commander. Il sacrifiera
tour à tour l’un et l’autre pour acquérir celui des deux qui lui manque: mais
ce n’est qu’afin de parvenir à les posséder enfin tous les deux ensemble qu’il
les poursuit séparément; car, pour être le maître des hommes et des choses, il
faut qu’il ait à la fois l’empire et l’argent.
Ajoutons enfin, sur les grands avantages qui
doivent résulter, pour le commerce, d’une paix générale et perpétuelle, qu’ils
sont bien en eux-mêmes certains et incontestables, mais qu’étant communs à tous
ils ne seront réels pour personne; attendu que de tels avantages ne se sentent
que par leurs différences, et que, pour augmenter sa puissance relative, on ne
doit chercher que des biens exclusifs.
Sans cesse abusés par l’apparence
des choses, les princes rejetteraient donc cette paix, quand île pèseraient
leurs intérêts eux mêmes; que sera-ce quand do les feront peser par leurs
ministres, don’t les intérêts sont toujours opposés à ceux du peuple et presque
toujours à ceux du prince? Les ministres ont besoin de la guerre pour se rendre
nécessaires, pour jeter le prince dans des embarras dont il ne se puisse tirer
sans eux, et pour perdre l’État, s’il le faut, plutôt que leur place; ils en
ont besoin pour vexer le peuple sous prétexte des nécessités publiques; ils en
ont besoin pour placer leurs créatures, gagner sur les marchés, et faire en
secret mille odieux monopoles; ils en ont besoin pour satisfaire leurs
passions, et s’expulser mutuellement; ils en ont besoin pour s’emparer du
prince, en le tirant de la cour quand il s’y forme contre eux des intrigues
dangereuses. Ils perdraient toutes ces; ressources par la paix perpétuelle. Et
le public ne laisse pas de demander pourquoi, si ce projet est possible, ils ne
l’ont pas adopté! Il ne voit pas qu’il n’y a rien d’impossible dans ce projet,
sinon qu’il soit adopté par eux. Que feront-ils donc pour y opposer! Ce qu’ils
ont toujours fait: ils le tourneront en ridicule.
[vii] 1. Die bürgerliche Verfassung in jedem Staate soll
republikanisch sein. 2. Das Völkerrecht soll auf einen Föderalism freier
Staaten gegründet sein. 3. »Das Weltbürgerrecht soll auf Bedingungen der
allgemeinen Hospitalität eingeschränkt sein.«
[viii] 1. »Es soll kein Friedensschluß für einen solchen
gelten, der mit dem geheimen Vorbehalt desStoffs zu einem künftigen Kriege
gemacht worden.« 2. »Es soll kein für sich bestehender Staat (klein
oder groß, das gilt hier gleichviel) von einem andern Staate durch Erbung,
Tausch, Kauf oder Schenkung erworben werden können.« 3. »Stehende Heere (miles
perpetuus) sollen mit der Zeit ganz aufhören.« 4. »Es sollen keine
Staatsschulden in Beziehung auf äußere Staatshändel gemacht werden.« 5. »Kein
Staat soll sich in die Verfassung und Regierung eines andern Staats gewalttätig
einmischen.« 6. »Es soll sich kein Staat im Kriege mit einem andern solche
Feindseligkeiten erlauben, welche das wechselseitige Zutrauen im künftigen
Frieden unmöglich machen müssen: als da sind, Anstellung der Meuchelmörder (percussores),
Giftmischer (venefici), Brechung der Kapitulation, Anstiftung
des Verrats (perduellio) in dem bekriegten
Staat etc.«
[ix] De la
première sociétè formee´s ensuit nécesairement la formation de toutes les
outres. Il faut en faire partie ou s’unir pour lui resister. Il faut l’imiter
ou se laisser engloutir par elle.
[x] Der Friedenszustand unter Menschen, die neben einander leben, ist kein
Naturstand (status naturalis), der vielmehr ein Zustand des Krieges ist, d.i.
wenn gleich nicht immer ein Ausbruch der Feindseligkeiten, doch immerwährende
Bedrohung mit denselben. Er muß also gestiftet werden; denn die
Unterlassung der letzteren ist noch nicht Sicherheit dafür, und, ohne daß sie
einem Nachbar von dem andern geleistet wird (welches aber nur in einem gesetzlichen
Zustande geschehen kann), kann jener diesen, welchen er dazu aufgefordert
hat, als einen Feind behandeln.3
3 Gemeiniglich nimmt man an, daß
man gegen niemand feindlich verfahren dürfe, als nur, wenn er mich schon tätig lädiert
hat, und das ist auch ganz richtig, wenn beide im bürgerlich-gesetzlichen
Zustande sind. Denn dadurch, daß dieser in denselben getreten ist, leistet
er jenem (vermittelst der Obrigkeit, welche über beide Gewalt hat) die
erforderliche Sicherheit.
[xi] Denn wenn das Glück es so
fügt:daß ein mächtiges und aufgeklärtes Volk sich zu einerRepublik (die ihrer
Natur nach zum ewigen Frieden geneigt sein muß) bilden kann, so gibt diese
einen Mittelpunkt der föderativen Vereinigung für andere Staaten ab, um sich an
sie anzuschließen, und so den Freiheitszustand der Staaten, gemäß der Idee des
Völkerrechts, zu sichern, und sich durch mehrere Verbindungen dieser Art nach
und nach immer weiter auszubreiten.
[xii] Wenn ich
von aller Materie des öffentlichen Rechts (nach den verschiedenen
empirisch-gegebenen Verhältnissen der Menschen im Staat oder auch der Staaten
unter einander), so wie es sich die Rechtslehrer gewöhnlich denken,
abstrahiere, so bleibt mir noch die Form der Publizität übrig, deren
Möglichkeit ein jeder Rechtsanspruch in sich enthält, weil ohne jene es keine
Gerechtigkeit (die nur als öffentlich kundbargedacht werden kann), mit hin auch
kein Recht, das nur von ihr erteilt wird, geben würde.
[xiii] Nach einer solchen Abstraktion von allem
Empirischen, was der Begriff des Staats- und Völkerrechts enthält (dergleichen
das Bösartige der menschlichen
Natur ist, welches den Zwang notwendig
macht),kann man folgenden Satz die transzendentale Formel des
öffentlichen Rechts nennen:
»Alle auf das Recht anderer Menschen bezogene
Handlungen, deren Maxime sich nicht mit der Publizität verträgt, sind unrecht«.
Dieses Prinzip ist nicht bloß als ethisch (zur
Tugendlehre gehörig), sondern auch als juridisch (das Recht der Menschen
angehend) zu betrachten. Denn eine Maxime, die ich nicht darf laut werden lassen,
ohne dadurch meine eigene Absicht zugleich zu vereiteln, die durchaus verheimlicht
werden muß, wenn sie
gelingen soll, und zu der ich mich nicht öffentlich
bekennen kann, ohne daß dadurch unausbleiblich der Widerstand aller
gegen meinen Vorsatz gereizt werde, kann diese notwendige und
allgemeine, mithin a priori einzusehende, Gegenbearbeitung aller gegen
mich nirgend wovon anders, als von der Ungerechtigkeit her haben,
womit sie jedermann bedroht.
[xiv] Nun bedarf man aber auch belehrt zu werden,
welchesdenn die Bedingung ist, unter der ihre Maximen mit dem Recht der Völker
übereinstimmen? Denn es läßt sich nicht umgekehrt schließen: daß, welche
Maximen die Publizität vertragen, dieselbe darum auch gerecht sind; weil, wer
die entschiedene Obermacht hat, seiner Maximen nicht Hehl haben darf.
[xv] 15 Wenn gleich eine gewisse in der
menschlichen Natur gewurzelte Bösartigkeit von Menschen, die in einem
Staat zusammen leben, noch bezweifelt, und, statt ihrer, der Mangel einer noch
nicht weit genug fortgeschrittenen Kultur (die Rohigkeit) zur Ursache der
gesetzwidrigen Erscheinungen ihrer Denkungsart mit einigem Scheine angeführet werden
möchte, so fällt sie doch, im äußeren Verhältnis der Staaten gegen
einander, ganz unverdeckt und unwidersprechlich in die Augen.
[xvi] In dieser Absicht schlage ich ein anderes
transzendentales und bejahendes Prinzip des öffentlichen Rechts vor, dessen Formel
diese sein würde: »Alle Maximen, die der Publizität bedürfen (um ihren
Zweck nicht zu verfehlen), stimmen mit Recht und Politik vereinigt
zusammen«.Denn, wenn sie nur durch die Publizität ihren Zweck erreichen können,
so müssen sie dem allgemeinen Zweck des Publikums (der Glückseligkeit) gemäß
sein, womit zusammen zu stimmen (es mit seinem Zustande zufrieden zu machen)
die eigentliche Aufgabe der Politik ist. Wenn aber dieser Zweck nur durch die
Publizität, d.i. durch die Entfernung alles Mißtrauens gegen die Maximen
derselben, erreichbar sein soll, so müssen diese auch mit dem Recht des
Publikums in Eintracht stehen; denn in diesem allein ist die Vereinigung der
Zwecke aller möglich. – Die weitere Ausführung und Erörterung dieses Prinzips
muß ich für eine andere Gelegenheit aussetzen; nur daß es eine transzendentale
Formel sei, ist aus der Entfernung aller empirischen Bedingungen (der
Glückseligkeitslehre), als der Materie des Gesetzes und der bloßen Rücksicht
auf die Form der allgemeinen Gesetzmäßigkeit zu ersehen.
Wenn es Pflicht, wenn zugleich gegründete Hoffnung
da ist, den Zustand eines öffentlichen Rechts, obgleich nur in einer ins
Unendliche fortschreitenden Annäherung wirklich zu machen, so ist der ewige
Friede, der auf die bisher fälschlich so genannte Friedensschlüsse. (eigentlich Waffenstillstände) folgt,
keine leere Idee, sondern eine Aufgabe, die,
nach und nach aufgelöst, ihrem Ziele (weil die Zeiten, in denen gleiche
Fortschritte geschehen) hoffentlich immer kürzer werden, beständig näher kommt.