sábado, 19 de julio de 2014

Sócrates - El curioso impertinente

La condena de Sócrates

1.

“«Sócrates es un impío; por una curiosidad criminal quiere penetrar lo que pasa en los cielos y en la tierra, convierte en buena una mala causa, y enseña a los demás sus doctrinas”[1]

Estamos citando a Platón en la “Apología” de Sócrates[2]. Y Sócrates continúa:

“Alguno de vosotros me dirá quizás: -pero Sócrates, ¿qué es lo que haces? ¿De dónde nacen estas calumnias que se han propalado contra ti? Porque si te has limitado a hacer lo mismo que hacen los demás ciudadanos (posiblemente refiere a los sofistas que enseñaban a los jóvenes retórica y artes dialécticas al objeto de prepararles para la actividad política a la que les invitaba el sistema democrático griego), jamás debieron esparcirse tales rumores. Dinos, pues, el hecho de verdad, para que no formemos un juicio temerario. Esta objeción me parece justa. Voy a explicaros lo que tanto me ha desacreditado y ha hecho mi nombre tan famoso. Escuchadme, pues. Quizá algunos de entre vosotros creerán que yo no hablo seriamente, pero estad persuadidos de que no os diré más que la verdad, La reputación que yo haya podido adquirir, no tiene otro origen que una cierta sabiduría que existe en mí. ¿Cuál es esta sabiduría? Quizá es una sabiduría puramente humana, y corro el riesgo de no ser en otro concepto sabio, al paso que los hombres de que acabo de hablaros son sabios de una sabiduría mucho más que humana. Nada tengo que deciros de esta última sabiduría, porque no la conozco, y todos los que me la imputan, mienten, y sólo intentan calumniarme.[3]

Relata entonces Sócrates como fue a buscar uno a uno a hombres sabios y concluye tras su trato:
Luego que de él me separé, razonaba conmigo mismo, y me decía: -Yo soy más sabio que este hombre Puede muy bien suceder, que ni él ni yo sepamos nada de lo que es bello y de lo que es bueno; pero hay esta diferencia, que él cree saberlo aunque no sepa nada, y yo, no sabiendo nada, creo no saber. Me parece, pues, que en esto yo, aunque poco más, era más sabio, porque no creía saber lo que no sabía[4].

Sócrates está refiriendo en estos primeros párrafos citados a la llamada “acusación antigua” que se viene vertiendo ya hace tiempo sobre él, la acusación oficial, escrita y jurada ante el tribunal para su juicio, reza textualmente:

Sócrates es culpable, porque corrompe a los jóvenes, porque no cree en los dioses del Estado, y porque en lugar de éstos pone divinidades nuevas bajo el nombre de demonios.[5]

Sócrates reduce al absurdo estos argumentos y luego manifiesta que la pena que pesa sobre él no le preocupa y no tiene intención de cambiar en nada su criterio ni su conducta. Finalmente es declarado culpable y el mismo decide beber la cicuta, un veneno que le quita la vida.

2.
¿Qué violencia o violación de la ley había cometido Sócrates como para ser condenado? Es conocido que Sócrates llevaba los argumentos de sus interlocutores a la aporía, o “callejón sin salida”, demostrándoles lo infundado de sus juicios afectando así a las creencias y supuestos teóricos de la polis.
Ciertamente, que Sócrates los cuestionase estaba o hubiera estado bien justificado por la situación que atravesaba la Hélade, el conjunto de las polis griegas, la civilización, tal como se consideraban los griegos frente a los demás pueblos bárbaros –literalmente los que hablan ba, ba, ba- pero la realidad es que, pese a su comunidad de cultura y lengua, estaban inmersos en una intensa e inacabable guerra civil. Aún pudieron tener su gracia, o mejor, ocultar la miseria de la guerra, sus cantos de victoria sobre los extranjeros, ya  troyanos, ya persas, pero enseguida entraron después en la guerra de treinta años del  Peloponeso hasta la derrota y esclavitud de Atenas y aún, cuando Sócrates habla, la guerra seguía permanente e inacabable entre nuevas coaliciones de polis por otros nuevos y diversos motivos.
Los griegos marcaban los límites de sus territorios con santuarios a sus dioses a defender a muerte y entendían que eran los dioses con sus disputas los que arrastraban a los hombres a la tragedia de la guerra. La polis, el estado, sin embargo, necesita persistir en sus dioses y en sus conceptos hasta el punto de imponerlos...sin permitir el escepticismo. En la guerra no hay tiempo para la reflexión, ni siquiera para la duda, todo se ha de sacrificar a lo que esta incesantemente requiere.
Tampoco Sócrates podía ir mucho más lejos, específicamente hacia la universalidad de Regla de Oro y la de Plata, “trata al otro como quisieras que te trataran a ti y no hagas a otro los que no quisieras te hicieran a ti”, inmerso en una sociedad, la fundadora de nuestra cultura, asentada sobre la esclavitud.

3.
Las citas de arriba están tomadas de la Apología que Platón escribe de Sócrates, pero hay otras versiones del suceso, así la del historiador Jenofonte, para quien Sócrates justifica su actividad pública como, precisamente, ejercicio de su obediencia a una divinidad.
Y de una tal disposición escéptica e ignorante de un hombre, que “solo sabía que no sabía nada”, su discípulo Platón nos proveerá conocimiento de todo con su doctrina de las ideas, precisamente por la boca de aquel.

4.
La inmortalidad o, mejor, el sino de algunos muertos, es servir a los vivos que les utilizan a su discreción, cuando no les traicionan abiertamente como nos sugiere el caso de Platón. Todo discurso es hijo tanto del emisor como de su audiencia o de la audiencia que este se figura. Por este motivo las palabras de uno en una determinada circunstancia ya no valen en boca de otro.
Y no solo un ideal nos puede servir para la justificación de acciones que no la tienen por sí mismas, también sirve a ese propósito esa apropiación de las palabras y supuestas intenciones de los muertos, tanto como para constituirse en una de las grandes fuentes de discurso de la cultura y del estado. No quiero ahora poner más ejemplo que el de Tchaikovski.
De mí se decir que ya hace tiempo decidí que mis palabras se borren, pues, si permanecieran, no les quedaría otro destino que ser traicionadas. Quién sabe, cuándo escribí esto o lo otro, en quién pensaba y a qué me refería. Yo mismo lo olvido o redefino siempre más sutilmente mi pensamiento anterior, me corrijo, pues advierto aspectos en los que no reparé en el pasado o, puede también pasar, lo contrario. Pero afortunadamente hace ya tiempo que encontré como eliminar la ambigüedad de mis referencias o recuerdos identificándome solo con la Bandera Blanca, esa es la única que tengo y quiero.
Y es esa conciencia también de lo efímero la que me impide renunciar a esta ocasión y me impulsa a presentar y prestar este servicio.




[1] Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 1, Madrid 1871, pág. 52
[2]Aunque su datación exacta es incierta, pertenece a las primeras obras llamadas «socráticas», que Platón escribió en su juventud, e incluso se piensa que es su primera obra
[3] O. c. pág. 53-54
[4] O. c. pág. 55
[5] O. c. pág. 59

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