La
condena de Sócrates
1.
“«Sócrates es un impío; por una curiosidad criminal quiere
penetrar lo que pasa en los cielos y en la tierra, convierte en buena una mala
causa, y enseña a los demás sus doctrinas”[1]
Estamos citando a Platón
en la “Apología” de Sócrates[2].
Y Sócrates continúa:
“Alguno de vosotros me dirá quizás: -pero Sócrates, ¿qué es lo que
haces? ¿De dónde nacen estas calumnias que se han propalado contra ti? Porque
si te has limitado a hacer lo mismo que hacen los demás ciudadanos
(posiblemente refiere a los sofistas que enseñaban a los jóvenes retórica y
artes dialécticas al objeto de prepararles para la actividad política a la que
les invitaba el sistema democrático griego), jamás debieron esparcirse tales
rumores. Dinos, pues, el hecho de verdad, para que no formemos un juicio
temerario. Esta objeción me parece justa. Voy a explicaros lo que tanto me ha
desacreditado y ha hecho mi nombre tan famoso. Escuchadme, pues. Quizá algunos
de entre vosotros creerán que yo no hablo seriamente, pero estad persuadidos de
que no os diré más que la verdad, La reputación que yo haya podido adquirir, no
tiene otro origen que una cierta sabiduría que existe en mí. ¿Cuál es esta
sabiduría? Quizá es una sabiduría puramente humana, y corro el riesgo de no ser
en otro concepto sabio, al paso que los hombres de que acabo de hablaros son
sabios de una sabiduría mucho más que humana. Nada tengo que deciros de esta
última sabiduría, porque no la conozco, y todos los que me la imputan, mienten,
y sólo intentan calumniarme.[3]
Relata
entonces Sócrates como fue a buscar uno a uno a hombres sabios y concluye tras
su trato:
Luego que de él me separé, razonaba
conmigo mismo, y me decía: -Yo soy más sabio que este hombre Puede muy bien
suceder, que ni él ni yo sepamos nada de lo que es bello y de lo que es bueno;
pero hay esta diferencia, que él cree saberlo aunque no sepa nada, y yo, no
sabiendo nada, creo no saber. Me parece, pues, que en esto yo, aunque poco más,
era más sabio, porque no creía saber lo que no sabía[4].
Sócrates
está refiriendo en estos primeros párrafos citados a la llamada “acusación
antigua” que se viene vertiendo ya hace tiempo sobre él, la acusación oficial,
escrita y jurada ante el tribunal para su juicio, reza textualmente:
Sócrates es culpable, porque corrompe a los jóvenes, porque no
cree en los dioses del Estado, y porque en lugar de éstos pone divinidades
nuevas bajo el nombre de demonios.[5]
Sócrates
reduce al absurdo estos argumentos y luego manifiesta que la pena que pesa
sobre él no le preocupa y no tiene intención de cambiar en nada su criterio ni
su conducta. Finalmente es declarado culpable y el mismo decide beber la
cicuta, un veneno que le quita la vida.
2.
¿Qué
violencia o violación de la ley había cometido Sócrates como para ser
condenado? Es conocido que Sócrates llevaba los argumentos de sus
interlocutores a la aporía, o “callejón
sin salida”, demostrándoles lo infundado de sus juicios afectando así a las
creencias y supuestos teóricos de la polis.
Ciertamente,
que Sócrates los cuestionase estaba o hubiera estado bien justificado por la
situación que atravesaba la Hélade, el conjunto de las polis griegas, la
civilización, tal como se consideraban los griegos frente a los demás pueblos bárbaros
–literalmente los que hablan ba, ba, ba- pero la realidad es que, pese a su
comunidad de cultura y lengua, estaban inmersos en una intensa e inacabable
guerra civil. Aún pudieron tener su
gracia, o mejor, ocultar la miseria de la guerra, sus cantos de victoria sobre
los extranjeros, ya troyanos, ya persas,
pero enseguida entraron después en la guerra de treinta años del Peloponeso hasta la derrota y esclavitud de
Atenas y aún, cuando Sócrates habla, la guerra seguía permanente e inacabable
entre nuevas coaliciones de polis por otros nuevos y diversos motivos.
Los
griegos marcaban los límites de sus territorios con santuarios a sus dioses a
defender a muerte y entendían que eran los dioses con sus disputas los que
arrastraban a los hombres a la tragedia de la guerra. La polis, el
estado, sin embargo, necesita persistir en sus dioses y en sus conceptos
hasta el punto de imponerlos...sin permitir el escepticismo. En la guerra no
hay tiempo para la reflexión, ni siquiera para la duda, todo se ha de
sacrificar a lo que esta incesantemente requiere.
Tampoco Sócrates podía ir mucho más lejos, específicamente hacia la
universalidad de Regla de Oro y la de Plata, “trata al otro como quisieras que
te trataran a ti y no hagas a otro los que no quisieras te hicieran a ti”,
inmerso en una sociedad, la fundadora de nuestra cultura, asentada sobre la
esclavitud.
3.
Las citas de arriba están tomadas de la Apología
que Platón escribe de Sócrates, pero hay otras versiones del suceso, así la del
historiador Jenofonte, para quien Sócrates justifica su actividad pública como,
precisamente, ejercicio de su obediencia a una divinidad.
Y de una tal disposición escéptica e ignorante de un
hombre, que “solo sabía que no sabía nada”, su discípulo Platón nos proveerá conocimiento
de todo con su doctrina de las ideas, precisamente por la boca de aquel.
4.
La inmortalidad o, mejor, el sino de algunos muertos, es
servir a los vivos que les utilizan a su discreción, cuando no les traicionan abiertamente como nos sugiere
el caso de Platón. Todo discurso es hijo tanto del emisor como de su audiencia
o de la audiencia que este se figura. Por este motivo las palabras de uno en
una determinada circunstancia ya no valen en boca de otro.
Y no solo un ideal
nos puede servir para la justificación de acciones que no la tienen por sí
mismas, también sirve a ese propósito esa apropiación de las palabras y
supuestas intenciones de los muertos, tanto como para constituirse en una de
las grandes fuentes de discurso de la cultura y del estado. No quiero ahora
poner más ejemplo que el de Tchaikovski.
De mí se decir que ya hace tiempo decidí que mis palabras
se borren, pues, si permanecieran, no les quedaría otro destino que ser
traicionadas. Quién sabe, cuándo escribí esto o lo otro, en quién pensaba y a
qué me refería. Yo mismo lo olvido o redefino siempre más sutilmente mi
pensamiento anterior, me corrijo, pues advierto aspectos en los que no reparé
en el pasado o, puede también pasar, lo contrario. Pero afortunadamente hace ya
tiempo que encontré como eliminar la ambigüedad de mis referencias o recuerdos
identificándome solo con la Bandera Blanca, esa es la única que tengo y quiero.
Y es esa conciencia también de lo efímero la que me
impide renunciar a esta ocasión y me impulsa a presentar y prestar este
servicio.
[2]Aunque
su datación exacta es incierta, pertenece a las primeras obras llamadas
«socráticas», que Platón escribió en su juventud, e incluso se piensa que es su
primera obra
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